Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador
Nació en Guaymas Sonora, el 26 de mayo de 1881. Sus estudios primarios los cursó en el Colegio Sonora de la ciudad de Hermosillo; ingresó después a la Escuela Nacional Preparatoria de la ciudad de México, donde tuvo oportunidad de relacionarse con muchos de los protagonistas de la futura Revolución mexicana; además, estudió contabilidad, música y canto, pero en 1900, ante la muerte de su padre, tuvo que regresar a su Estado natal. Allí desempeñó diversos trabajos como, profesor de canto, contador de la agencia del Banco Nacional de México y gerente de la tenería San Germán. Entre la sociedad sonorense adquirió popularidad por sus aptitudes artísticas, y sus gustos bohemios.
Sus primeras actividades políticas las realizó alrededor de 1909, cuando fue representante del Club Antirreeleccionista en Guaymas; entonces se dedicó a hacer propaganda política, tanto en el campo como en el periodismo, fuera y dentro del Estado. Fue entonces que estableció contacto con quienes más tarde se levantarían en armas. Después del triunfo de Madero fue electo diputado a la legislatura local por el primer distrito de Guaymas; como tal cooperó en los tratados de paz con los indios yaquis.
Al sucederse el cuartelazo de febrero de 1913, De la Huerta se encontraba en la capital; colaboró al lado de los grupos maderistas y acompañó a Madero desde el Castillo de Chapultepec hasta el local de la fotografía Daguerre. Junto con Roberto V. Pesquéira logró salir de la capital y llegar hasta Hermosillo, solidarizándose con las autoridades y el Congreso local, que se negaron a reconocer al usurpador como presidente.
La legislatura local lo comisionó como delegado a la Convención de Monclova cuyo fin era la de unir a los rebeldes de Coahuila, Sonora y Chihuahua bajo la bandera del Plan de Guadalupe; o sea, bajo la autoridad de Venustiano Carranza. Participó en el Estado de Sonora contra los huertistas, sobresaliendo por la eficiencia como ejecutaba los planes cívico-militares y en el campo de la propaganda; además reingresó al Congreso local en mayo de 1913; en octubre de ese año Carranza lo nombró oficial mayor de la Secretaría de Gobernación del gobierno constitucionalista; en 1915 fue encargado del despacho de la misma Secretaría.
En abril de 1916 fue nombrado gobernador provisional de Sonora, realizando una labor digna de encomio: exigió una manifestación de bienes a los empleados y funcionarios locales, estableció la Cámara Obrera, expidió el primer reglamento local en materia de trabajo, restableció el Supremo Tribunal de Justicia, restituyó los ejidos de la ciudad de Álamos, erigió los municipios de Agua Prieta, Nacozari, Chico, Trincheras y Yécora; convocó a elecciones para poderes locales y entregó el poder estatal el 30 de junio de 1917.
Durante las sesiones del Congreso Constituyente entabló conversaciones con los líderes de la asamblea, influyendo de cierta manera en algunos preceptos constitucionales. En julio de 1917 ingresó nuevamente a la Secretaría de Gobernación como oficial mayor. Al año siguiente fue electo senador, puesto que ocupó por poco tiempo, pues fue designado cónsul general de México en Nueva York. Regresó al país al ser postulado candidato a gobernador por el Partido Revolucionario Sonorense; resulto victorioso y tomó posesión el primero de septiembre de 1919. En 1920, bajo el pretexto de la federalización de las aguas del Río Sonora y la postulación a la presidencia del licenciado Ignacio Bonillas, se separó de Carranza.
El Estado de Sonora reasumió su soberanía el 13 de abril de 1920 y formando un triangulo político con Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, proclamaron el 23 de abril el Plan de Agua Prieta, que lo elevaba a la jefatura suprema de las fuerzas sublevadas contra Carranza. De la Huerta convocó a las cámaras federales que, ya muerto el presidente Carranza, lo nombraron Presidente Interino de la República el 24 de mayo.
En su corta gestión logró el sometimiento de todas las facciones armadas logrando la total pacificación de todo el territorio nacional, y no por medio de la fuerza sino por medios de diálogo y conciliación, como sucedió con el general Francisco Villa que decidió retirarse de las armas mediante el Pacto de unificación con el gobierno delahuertista en los convenios de Sabinas, Coahuila; demostrando que todo el malestar del país lo generaba un solo hombre: Venustiano Carranza.
En diciembre de 1920 entregó el poder a Álvaro Obregón, quien lo nombró secretario de Hacienda en su gabinete; al frente de le economía nacional reanudó los servicios de la deuda pública exterior, concertó los tratados Dela Huerta-Lamont, que redujeron las responsabilidades financieras contraídas por administraciones anteriores, reorganizando las finanzas nacionales.
Al final del régimen obregonista se mostró aparentemente partidario de Calles; negó, inclusive públicamente, tener aspiraciones presidenciales, aunque sus partidarios presionaban fuertemente a su favor. La situación se hizo clara cuando, en septiembre de 1923, renunció a la secretaría de Hacienda rompiendo con Obregón por no estar de acuerdo con los Tratados de Bucareli signados por Obregón para lograr el reconocimiento de su gobierno por los Estados Unidos, tratados por los cuales se compraba el reconocimiento al precio de nuestra dignidad, nuestro decoro y nuestra soberanía nacional. Acto seguido Calles se lanza como candidato a la presidencia, a pesar de su impedimento constitucional por ser funcionario público.
El señor De la Huerta a pesar de ser un civil enemigo de las armas y de las confrontaciones violentas, fue presionado por sus partidarios y gran parte del ejército para encabezar una nueva rebelión armada contra el gobierno obregonista y contra la imposición de Plutarco Elías Calles. En diciembre de 1923 se inicia la nueva rebelión inicialmente apoyada por varios generales de mando. El movimiento estuvo de inicio condenado al fracaso pues muchos de esos generales que en principio lo apoyaron desertaron afiliándose nuevamente al gobierno. Esta revolución llamada la revolución sin cabeza por su desorganización ya que cada jefe actuaba por su cuenta, fue rápidamente sofocada. De la Huerta se exilió en Los Ángeles, California, donde abrió una academia de canto.
Regresó al país en el año 1936, una vez que Obregón había muerto y que Calles estaba nulificado por el presidente Cárdenas. Fue entonces visitador general de consulados y director general de Pensiones Civiles. Murió en la ciudad de México el 9 de julio de 1955, dejando constancia de sus experiencias en sus memorias políticas.
Después de más de diez años de exilio, don Adolfo volvió a México gracias a la rectitud de criterio del general Lázaro Cárdenas, entonces presidente de la República, quien conocía bien las virtudes del señor De la Huerta e incidentalmente había salvado la vida gracias a las órdenes terminantes del señor De la Huerta para que se respetaran las vidas de los prisioneros militares.
El señor De la Huerta fue, durante el largo período de su exilio, un símbolo, como siempre, de lo que el hombre honrado hace en tales casos. Vivió honradamente de su trabajo como maestro de “bel canto” en Los Ángeles, y siéndolo de extraordinaria habilidad, pronto tuvo más discípulos de los que podía atender. Ni él ni sus familiares sufrieron estrecheses, ni pidieron ni recibieron auxilio de nadie.
A su retorno al país, el general Cárdenas lo nombró Visitador de Consulados y con ese carácter retornó a los Estados Unidos donde, como siempre lo hizo, desempeñó con cariño y buena voluntad las misiones que su puesto le señalaba. Ocupó más tarde el puesto de director de Pensiones, pero la renovación de gobierno trajo cambios en los dirigentes y don Adolfo volvió a la Visitaduría de Consulados.
Finalmente, durante el período de gobierno de su tocayo y querido amigo don Adolfo Ruiz Cortines, el señor De la Huerta, aunque ocupando todavía como titular el puesto de Visitador de Consulados, por disposición expresa de la presidencia, ya no abandonó el país.
Pero el señor De la Huerta no era hombre que pudiera permanecer ocioso. Y así, cuando se desarrollaba la campaña presidencial en favor de Ruiz Cortines, fundó y colaboró en la publicación del periódico HORIZONTE que vivió de principios de junio a fines de septiembre de 1952.
Posteriormente, volvió a las labores periodísticas con la publicación NUEVOS HORIZONTES. Un año justo vivió tal publicación: del 15 de julio de 1954 al 15 de julio de 1955, y el último numero fue una recopilación de las expresiones de duelo que toda la prensa de México publicó con motivo de la muerte de ese gran mexicano.
Pero mientras vivió jamás cesó de orientar, de sugerir con la mejor de las intenciones, de aconsejar con la más limpia de las finalidades. Y hasta el último día de su vida mantuvo el mismo e invariable camino de rectitud, de patriotismo, de honradez en todos los actos de su vida.
Queden estos recuerdos como homenaje a uno de los tres personajes más sobresalientes e importantes de la historia moderna de México: DON ADOLFO DE LA HUERTA. Los otros dos son: FRANCISCO I. MADERO y FELIPE ÁNGELES.
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