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FORJADORES DE MÉXICO: 101 ANIVERSARIO DEL ASESINATO DEL GENERAL FRANCISCO VILLA



Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador


  La vida de Doroteo Arango a partir de 1894 año en que inició su existencia de perseguido de la llamada justicia, hasta 1909 cuando entrevistado con don Abraham González inició su carrera de revolucionario ya con el nombre de Francisco Villa,  transcurrieron15 años.

  No vamos a entrar en detalles, pero habría que reflexionar en que cualquier joven a los 17 años, enérgico y valiente, que se hubiese encontrado en aquel trance de honra y circunstancias sociales, privado de recursos y de protección, habría tenido que convertirse en un prófugo delincuente.

  En vida trashumante y requerido por las autoridades del Estado de Durango como criminal peligroso, su carácter acabo por aceptar como norma de conducta desconfiar de todos, procurándose el sustento y la defensa por la violencia, si era necesario, y hasta haciéndose justicia por propia mano.

  La recia y marcial figura del general Francisco Villa ha sido objeto de vilipendio por parte de sus enemigos; los ataque con que destruir su reputación de extraordinario revolucionario, se han fincado en decir que si de joven fue un bandolero, como tal siguió siendo en la Revolución: cruel, desleal e inconsciente.

  Pancho Villa fue como la mayor parte de los revolucionarios, un producto del bajo pueblo; careció de la oportunidad de cultivarse y, como perseguido, se desarrolló en una época de injusticias.  En la Revolución, como en toda revuelta popular, los frenos morales son rotos y el hombre, casi vuelto a la barbarie, lucha con violencia y hasta con desesperación contra los opresores.

  Pero aquel bandolero, dotado por la naturaleza de vigorosa constitución, de talento natural y de instinto despierto, en la cruel situación del perseguido que no se deja aniquilar, obtuvo una formidable experiencia que después supo poner al servicio de la Revolución.  La táctica y aún la estrategia, no sólo se aprenden en los libros, cuyas teorías resultan ineficientes si no son sometidas a una reiterada experiencia.  Por eso los hombres del campo, acostumbrados a luchar contra la naturaleza, las privaciones y los otros hombres, resultaron en la guerra civil, más aguerridos, astutos y resueltos que muchos militares de carrera.

  Villa, seguido de unos cuantos hombres, emprendió numerosos ataques y sufrió derrotas, pero logró organizar, de triunfo en triunfo, una poderosa División, o, mejor dicho, un cuerpo de ejército, en que estuvieron amasadas todas las bravuras, el arrojo y las proezas de los hombres del norte.  Lo importante es que esa formidable fuerza no la utilizó pretendiendo lograr situaciones de poder, o riqueza, sino que la puso siempre al servicio de La causa revolucionaria.

  Abanderado de la causa popular, se convirtió en el centauro de la fama y por su audacia, su titánica tenacidad y su poder organizador, no sólo llenó las más brillantes paginas históricas de la Revolución, sino que entró en el marco, que muy pocos alcanzan, del renombre mundial y hasta de la leyenda.

  Porque, Villa, como ningún otro caudillo, se adentró en el alma popular:  procediendo del pueblo bajo, habiendo vivido la vida del perseguido, conocía todo género de privaciones y sufrimientos, amenazado por los hombres, se había identificado con la naturaleza para formarse una férrea voluntad y una admirable psicología: sabía atraer, hacerse amar, mandar y hacerse obedecer.

  Cargado con el fardo de todos los perjuicios del pueblo, pero dotado de sus más relevantes cualidades y de una inteligencia avivada por el peligro, Villa no fue ni aspiró a ser caudillo político: fue un gran conductor de hombres, un defensor de los oprimidos y un vengador de la injusticia social.  Teniendo que mandar chusmas de ciudadanos armados que no tenían educación militar y eran por naturaleza indisciplinados, su más convincente argumento para lograr pronta obediencia tenía que ser la amenaza de la muerte aplicada al traidor, al insubordinado, al agresor y al opresor del pueblo.

  Como guerrillero o militar, difícil habrá un hombre que, como él, nuevo Cid Campeador, librara centenares de batallas sólo, con pocos acompañantes o bien con tropas numerosas; Obregón, el llamado general invicto, no pasó más allá de 15 combates, y en cuanto a lo “invicto”, recuérdese su derrota en el sitio de Guaymas.    

 Siguiendo con el general Villa: su sanguinarismo, análogo al de la mayor parte de los jefes revolucionarios, se explica por la legítima defensa personal o como la aplicación de una justicia primitiva, allí, donde no había leyes ni justicia legal.  Nadie se sorprenderá de que Villa, hombre de lucha que se formó como proscrito de la sociedad, acicateado por el hambre y la persecución desde joven, tuviese que matar y supiese manejar el revólver, la daga, la carabina y el corcel con destreza, ya que, hasta para dormir, se acostaba en un lugar y amanecía en otro distinto donde no pudieran sorprenderlo.   

  Quienes achacan al general Villa su sanguinarismo, olvidan que la guerra civil es más cruel y apasionada que las guerras internacionales y que, con raras excepciones, muy honrosas para los revolucionarios cultos que no se tiñeron las manos de sangre, la mayor parte de los generales y jefes hicieron terribles matanzas y dieron fatal cumplimiento a la “Ley Juárez”, del 6 de enero de 1862 contra la invasión francesa, ley que Carranza resucitó en su calidad de Primer Jefe, para castigar con la pena de muerte a los conciudadanos adversarios, como si fueran traidores a la Patria.

  Respecto al cargo de bandolero, que es sinónimo de ladrón y salteador, con que se ha marcado a Villa, hay que reconocer su indispensable lucha primitiva para no morir de hambre, acosado como una fiera, declarado fuera de la ley y de la sociedad y oculto en la montaña; pero Villa, como Dimas, el buen ladrón, fue generoso siempre con los humildes y logró amplia reivindicación abrazando la causa democrática maderista, contribuyendo, de modo decisivo, a su triunfo y manteniéndose fiel a la causa constitucionalista: como Jefe Revolucionario, luchó contra la dictadura porfirista y combatió con mayor energía la traición de Pascual Orozco; mayor energía desplegó contra la usurpación de Victoriano Huerta y la dictadura de Venustiano Carranza.

  Logrando dominar una gran extensión de la República, tras sonadas batallas, en sus días de grandeza, administró hábilmente el país controlado, pasando por sus manos millones de pesos y hasta fabricando millones de billetes (bilimbiques) con los que sostuvo la formidable campaña de la División del Norte: a pesar de lo cual, amo de la situación, de los fabulosos caudales que pasaron por sus manos, nada hizo de su propiedad.

  Cuando, después de largos años de rebeldía indomable, pactó con el gobierno de Adolfo de la Huerta, estaba tan pobre que tuvieron que cederle la Hacienda de Canutillo  y los dineros con que fomentar el cultivo de sus tierras y la reconstrucción de una hacienda totalmente derruida.

  Aquel bandolero que pudo amasar una fortuna como la de Aladino, no llegó a adquirir para sí más que una modesta casita en la ciudad de Chihuahua y la tumba en que pensaba reposarían sus restos mortales y los de sus generales.  En cambio, muchos generales y políticos que no participaban del epíteto de bandidos resultaron acaudalados plutócratas que vivieron al calor oficial, disfrutando las rentas de sus fortunas de millonarios, ejemplos: Gonzalo N. Santos y Joaquín Amaro, entre muchísimos más.

  Para un imparcial criterio revolucionario, Villa maderista fiel hasta la muerte, defensor del pueblo humilde, enemigo de las tres dictaduras (porfirista, huertista y carrancista), fue un patriota intuitivo que peleo por la democracia.

  Este artículo está dedicado a los esforzados y auténticos revolucionarios que en aquellas épocas aciagas, siguiendo a su jefe, dejaron en pueblos y ciudades recuerdo imborrable del entusiasmo, de la alarma, o del pavor que con el grito de guerra que al galopar de los caballos y en el fragor del combate anunciaba el vocerío de la victoria o el alud de la muerte.  Tropel de jinetes audaces que hendiendo las filas enemigas, iban a caer con todo y cabalgadura sobre las bocas de fuego enemigas, o que hacían huir a los aterrorizados adversarios, al grito estruendoso de:   ¡Viva Pancho Villa¡

Legiones de luchadores esforzados y audaces, vinculados a un extraordinario conductor de hombres, que despreciaban la muerte escribiendo paginas gloriosas de la Revolución Mexicana y que regaron con su sangre, fecundando con sus despojos la campiña mexicana, en un aliento generoso de redimir a los de abajo.

  De estos, siempre se expresó Pancho Villa con cariño y con ternura: “Mi pueblo y mi raza”, decía a menudo, a los seres humildes de la gleba mexicana que sufrían como él sufrió, la miseria, la persecución y el desprecio, anhelantes de una vida decente, de un trabajo fecundo y de una justicia verdadera.

  Revolucionario no es aquel que acude a la lucha por ambiciones de poder y honores, o por lucro; revolucionario es el que pelea desinteresadamente por los principios; o el que, víctima de la injusticia social, protagoniza un drama, y en lucha a muerte contra la injusticia, se convierte en redentor de su pueblo y de su raza.

(transcrito del prologo del libro “Francisco Villa y la Revolución” del general Federico Cervantes

 

  En su libro “La Expedición Punitiva”, el general Alberto Salinas Carranza, sobrino de don Venustiano, el Primer Jefe que menospreció a Villa, que trató de anularlo y que puso precio a  su cabeza, declarándolo fuera de la ley, tuvo la honrosa ecuanimidad de escribir:

  “Milité en el campo contrario a Francisco Villa y sin embargo no quiero denostarlo ni exhibirlo, como es la moda actual, como un bandolero vulgar.  Lo presento como fue, con rasgos de grandeza indiscutible, generoso, valiente, activísimo, decidido, audaz y también cruel.  Nunca ávaro, nunca ladrón, nunca egoísta.

  “Villa, al lado del Primer Jefe, en Tierra Blanca, Torreón, San Pedro, Paredón, Zacatecas, llena los dieciocho meses de lucha para derrotar a Huerta.  Su sólo nombre hizo temblar al enemigo común.

  “Villa, alejado del constitucionalismo, luchó bravamente por lo que creyó o lo hicieron creer que era lo justo, hasta que fue vencido en buena lid; Villa, destruido como potencia militar y creyéndose engañado por sus amigos, de quienes esperaba todo, emprendió una lucha cruel y vengativa, pero una lucha muy suya, en que se jugaba el todo por el todo, sin pedir ni esperar cuartel; Villa, provocando a los Estados Unidos, creyó interpretar los sentimientos de esa gran mayoría de nuestro pueblo que no se da cuenta de las consecuencias fatales que para nuestro país acarrea tal actitud.

  “Lo primero que se pregunta a un mexicano que viaja por el extranjero, es sobre Pancho Villa. Francisco Villa (Pancho Villa) pisó los umbrales de la gloria, que por su rudeza e irreflexión no llegó a conquistar; pero si conquistó el amplio y pintoresco campo de la leyenda nacional y quedará en el alma popular para siempre.”

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