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FORJADORES DE MÉXICO: AGUSTÍN DE ITURBIDE (1a. Parte)



Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador


  Nació en la ciudad de Valladolid, Michoacán (hoy Morelia), el día 27 de septiembre de 1783.  Su padre fue un terrateniente español llamado José Joaquín de Iturbide y Arregui, oriundo de la villa de Peralta, Navarra, España, y su madre doña María Josefa de Aramburu y Carrillo Figueroa, una criolla noble proveniente también de Navarra.  Fue bautizado con el triple nombre de Agustín Cosme Damián.

  Sus primeras enseñanzas las recibió en su ciudad natal y más adelante estuvo internado en el Seminario Conciliar, donde aprendió Gramática Latina. En realidad, nunca se distinguió precisamente por ser un buen estudiante.  En aquel tiempo le llamaba la atención la carrera eclesiástica pero pronto cambió su vocación religiosa por la carrera militar.  A los quince años trabajó como mayordomo en una de las fincas de su padre, donde aprendió el manejo de los caballos llegando a convertirse en un excelente jinete, cosa que le sirvió mucho en su futuro como militar.

  Según marcaba la tradición de las familias de alcurnia, en el año 1805 se casó con la noble doña Ana María Josefa de Huarte y Muñiz, hija del acaudalado prócer y poderoso Isidro Huarte, Intendente Provincial del Distrito y nieta del Marqués de Altamira.  Su boda con aquella bella mujer, de apenas diez y nueve años de edad, se celebró en la Catedral de Valladolid, el 27 de febrero de 1805, él había sido nombrado Alférez del ejército y tenía 22 años cumplidos, Ana María había aportado para la boda una substanciosa dote de cien mil pesos, que se utilizó, en parte, para comprar la hacienda de Apeo, en el pueblo de Maravatío.

  El 15 de septiembre de 1809 participó en la conspiración de Valladolid encabezada por García Obeso y Mariano Michelena, para dar libertad a México.  A la media noche del día siguiente, el sacerdote Francisco de la Concha y Castañeda, hizo la denuncia de que los criollos estaban conspirando en la capital michoacana y dijo también que Agustín de Iturbide, Alférez del ejército, se hallaba entre ellos.  Posteriormente se dijo que él mismo delató la conspiración al mencionado sacerdote traicionando a sus compañeros para con eso lograr un ascenso en el ejército realista; hecho que el mismo aceptó como la verdad.

  Guanajuato había sido tomada por Hidalgo, a quien se habían unido una gran cantidad de campesinos, mineros y criollos, por su ejército iba pasando.  Cuando por fin pasó cerca de la ciudad de México, ésta se estremeció y causo u gran movimiento de las fuerzas virreinales.  La multitud de insurgentes que amenazaban con tomar la ciudad de México fue interceptada por el comandante Torcuato Trujillo y sus hombres en el monte de Las Cruces, el segundo hombre al mando era Iturbide. Finalmente, las fuerzas insurgentes derrotaron a la tropa de Trujillo e Iturbide.

  Cuando era niño su propio padre contaba que Agustín acostumbraba a cortar los dedos de las gallinas tan sólo para tener el gusto de verlas andar en muñones.  Al paso del tiempo, los mismos españoles afirmarían que Iturbide era una fiera sediente de sangre, sin piedad ni remordimientos.  Otros personajes de la época opinaban que era el mas sanguinario y cruel de los realistas.  Se llego a afirmar entre sus propios compañeros realistas, que era un guerrero sumamente cruel y que mataba tan fácil y sin pensarlo como si de respirar se tratara.  De manera que Agustín de Iturbide siempre fue muy temido por los insurgentes, a los qué en su diario, que escribía por las noches desde el inicio de la guerra, llamaba perversos, bandidos y sacrílegos.

  La carrera militar de Iturbide iba ascendiendo, el viernes santo de 1813, fue destinado al sur del país, donde combatí contra las guerrillas independentistas de Ramón López Rayón, derrotándolo en el Puente de Salvatierra.  Gracias a esa importante acción fue ascendido a coronel.  Sin embargo, no todo iba bien en aquel tiempo:  diversas acusaciones entre las que destacan abuso de autoridad y malversación de fondos.  En 1813  y 1814 fue acusado por otros altos oficiales del ejército español de mantener la lucha para generar beneficios económicos para el mismo, a través de operaciones fraudulentas. Las denuncias acumuladas en su contra, sumadas a nuevas protestas de los comerciantes de Guanajuato, llevaron al virrey Félix María Calleja, a destituirme acusado de malversación de fondos y abuso de autoridad.  Todo el cúmulo de acusaciones en su contra y que Iturbide las acepto como verdaderas, hizo que renunciara a su posición de militar en el ejército y se retirara a cultivar sus posesiones.

  El sexo femenino fue siempre su perdición.  Cuando cumplía 30 años, conoció a una mujer que le hizo perder la compostura, pues el mismo la describía como “la mujer más hermosa que existe sobre la tierra”.  No obstante, este hecho le causó grandes conflictos en el interior de su familia.  Según las crónicas de la época---y la verdad es que eran ciertas--- por aquel tiempo sostuvo un romance con esa influyente dama aristocrática de nombre María Ignacia Rodríguez de Velasco, mejor conocida como “La Gûera Rodríguez”.

  Fue un período de ocio que se entregó a una vida licenciosa en la capital del país, pues en aquel tiempo Iturbide era rico, joven y ambicioso.  La sociedad en general aseguraba que se entregaba sin freno a los juegos de azar y a sus vergonzosos romances, como llamaban a sus aventuras amorosas; la mayoría de las personas lo consideraban un libertino, licencioso, en cuanto a relaciones eróticas se referían.

  No pasaría mucho tiempo para que volviera a incorporarse a la vida militar del  país.  Este período de inactividad militar sirvió para darse cuenta de su posición, los españoles tenían dominada la situación militar del país, pero los insurgentes no habían desaparecido, sólo estaban esperando el momento justo para resurgir con más fuerza.  Era la representación misma de la clase militar criolla que debía tomar el control de la nación resultante tras la independencia.  Los éxitos militares de Iturbide continuaron, y el 5 de enero de 1814, en Puruarán, logró capturar al gran insurgente Mariano Matamoros, quien era el principal lugarteniente del gran general insurgente don José María Morelos y Pavón; lo condujo a Valladolid, donde fue fusilado por orden suya el 3 de febrero de ese mismo año.

  El 1ª de septiembre de 1815, fue nombrado comandante general de la provincia de Guanajuato, donde volvió a llamar la atención de mis superiores porque ellos mismo calificaron su desempeño como un “implacable perseguidor de los rebeldes”.  Si alguien tuviera la curiosidad de hojear su diario de campaña, podrá constatar que está plagado de injurias hacia los insurgentes, a quienes calificaba como bandidos y canallas; en realidad que era mucha la ira que los insurgentes le  provocaban.

  Al restablecerse la Constitución de España, los peninsulares residentes en México, partidarios del absolutismo, concibieron la idea de independizarse de la Corona y ofrecer el gobierno de México a un príncipe de la dinastía Borbón; para esto era necesario acabar con la guerrilla de Vicente Guerrero y Pedro Ascencio, que eran los únicos insurgentes de importancia que avivaban todavía la llama de la guerra independentista mexicana, y como el coronel Armijo no había logrado derrotar a ninguno de los dos, el 9 de noviembre de 1820, Iturbide fue nombrado Comandante General del Sur en substitución del coronel Armijo.

  El triunfo de la revolución liberal del general Rafael de Riego en España en 1820 desencadenó en la Nueva España varios temores entre la clase peninsular novohispana:  por un lado, los sectores conservadores deseaban evitar las medidas radicales que estaban impulsando los diputados en las Cortes de Madrid; por el otro, los liberales quisieron aprovechar el restablecimiento de la Constitución liberal española de 1812 para obtener la autonomía del virreinato.

  Los primeros, en sus reuniones en la iglesia de La Profesa, llamada históricamente “Conspiración de la Profesa”, estaban encabezados por el canónigo Matías de Monteagudo y convencieron al virrey Juan Ruiz de Apodaca para que designara al general Agustín de Iturbide como Comandante General del Sur.  Fue así como a Agustín de Iturbide prácticamente se le dio el mando de todo el poder militar del virreinato como el militar realista más sobresaliente, con la consigna de acabar con todo vestigio de rebeldía en el país para de esa forma llevar a cabo la autonomía de la Nueva España en favor de los españoles conservadores novohispanos.  Mientras tanto, el sector de los liberales planeaba que el señor Juan Gómez de Navarrete, compadre de Iturbide y recién electo diputado a las Cortes, promoviera un plan de independencia en Madrid, mismo que consistía en llamar a uno de los miembros de la familia real a México para gobernarlo.

  Al mismo tiempo que esto ocurría, Iturbide debía marchar al sur con sus tropas supuestamente, para combatir a Vicente Guerrero, uno de los pocos dirigentes  independentistas que quedaban.  Pero también para convencerlo de unirse a un nuevo plan que conciliaba los intereses y posiciones tanto de liberales como de conservadores.  Durante esta campaña se produjeron los últimos combates entre realistas e insurgentes: Pedro Ascencio, segundo de Guerrero, destroza la retaguardia de la tropa de Iturbide cerca de Tlatlaya el 28 de diciembre de 1820.  Cinco días más tarde, el propio Guerrero sorprende y derrota al grueso de los realistas cerca de Chilpancingo y el 21 de enero de 1821 se produce una escaramuza en la que Guerrero destroza a una fracción del ejército de Iturbide en un lugar llamado “Cueva del Diablo” Este último enfrentamiento tiene significación histórica justamente por tratarse del último combate entre insurgentes y realistas.

  Agustín de Iturbide sabía que la sangre derramada por Hidalgo y sus hombres, estaba a punto de fructificar.  Ambos bandos se habían cansado ya después de luchar durante más de once años y aún no se decidía el final, mientras que con el pretexto de la lucha se cometía gran cantidad de crímenes e injusticias por ambos lados bandos.  Los insurgentes, sin embargo, sabían que España no podría resistir por mucho tiempo, ya que sus ejércitos estaban cansados de luchar por casi toda América con el propósito de apagar focos de insurrección.

  Vicente Guerrero seguía apostado en las montañas del sur, y continuaba con sus escaramuzas, manteniendo viva la llama de la independencia, su padre se había esforzado en hacerlo entrar en razón para que dejara las armas haciéndole ofrecimientos muy tentadores, pero no lo había logrado.  Los demás generales insurgentes habían desaparecido, Nicolás Bravo se había acogido a la amnistía, mientras que Guadalupe Victoria vivía escondido en los bosques de Veracruz, alimentándose de lo que podía, mientras esperaba regresar a la actividad militar.  El único que seguía luchando era Guerrero, no bajaba la guardia ni se dejaba sobornar, siempre luchando en sus queridas montañas del sur.

  Mientras, tanto Iturbide volvió a escribir a Guerrero para invitarlo nuevamente a unirse con él, el emisario fue Antonio de Mier y Villagómez, quien regresó con la aceptación del caudillo insurgente.  La reunión se llevó a cabo en la población de Acatempan.  Finalmente lograron llegar a un acuerdo el 24 de febrero de 1821 sellado con el llamado abrazo de Acatempan.  Iturbide logró la adhesión del caudillo insurgente y juntos presentaron el llamado “Plan de Iguala”, donde se proclamaban tres garantías:  “La Independencia de México”, “La igualdad de españoles y americanos” y  por último  “La Supremacía de la Iglesia Católica”.

  El Plan de Iguala era un programa político cercano tanto a los tradicionalistas católicos como a los liberales.  Para sostener dicho plan, se conformó el llamado Ejército Trigarante que en principio reunía a las tropas de Iturbide con las de los insurgentes de Guerrero y las que se irían uniendo poco a poco, incluyendo la mayoría de las demás guarniciones realistas de las regiones aledañas.  Rápidamente el Ejército Trigarante pasó a dominar una gran parte del territorio nacional.  El Plan de Iguala hacía que los mexicanos y españoles respiraran un poco de tranquilidad, el movimiento se estaba dando a conocer por todo el país como reguero de pólvora, levantando adeptos por doquiera que se conocía: mexicanos, criollos e incluso realistas, lo apoyaban.  Las noticias corrían de Norte a Sur y de Este a Oeste, e incluso llegaron hasta Guatemala, y fueron el detonador para que también ese país iniciara su independencia.

  Los avances de los trigarantes se estaban realizando sin que nadie pudiera detenerlos:  José Joaquín de Herrera tomo Orizaba el 29 de marzo, Guadalupe Victoria salió de su escondite para tomar las armas lanzando una proclama el 20 de abril, Juan Alvarado bloqueó Acapulco, y el mismo Iturbide entró a Valladolid el 20 de mayo, López de Santa Anna llegó a Jalapa el 28 de mayo, Pedro C. Negrete a Guadalajara el 13 de junio, Nicolás Bravo a Tlaxcala el 18 de junio y en Puebla el 17 de julio.  Iturbide ocupó Cuernavaca el 23 de junio y el 28 entró a Querétaro.  Antonio León llegó a Oaxaca el 30 de julio, y ese mismo día, don Juan O”Donojú desembarcaba en Veracruz con el nombramiento de Jefe Político y Capitán General de la Nueva España, por órdenes del propio rey Fernando VII, que no reconocía el plan de los trigarantes.  El propósito er que O”Donojú mantuviera el estado actual como colonia española.

  Cuando O”Donojú llegó a México, solamente Veracruz, Acapulco y la capital seguían fieles a España;  su primer paso fue solicitar una audiencia con el general Agustín de Iturbide.  En la misiva se dirigía a Iturbide como “Su Excelencia y Jefe Supremo del Ejército Imperial de las Tres Garantías”.  La reunión se llevó a cabo en la ciuda de Córdoba, Veracruz.  La demanda de la independencia había obtenido mucha fuerza y no podía ser revertida.  Así el 24 de agosto de 1821, rodeados de sus respectivas escoltas, se firmaron los “Tratados de Córdoba” con don Juan O”Donojú, Teniente General de los Ejércitos de España, que había sucedido al virrey  Apodaca como máxima autoridad española en México.  “O”Donojú no tenía opción:  o firmaba el tratado o era hecho prisionero.

     El 24 de septiembre, estando Iturbide en Tacubaya, escribió una carta al arzobispo de México en la cual le anunciaba que el día 27 del mismo mes iba a hacer su entrada triunfal en la capital, procediendo con la Junta Legislativa y la Regencia, por lo que se le pidió que en los servicios religiosos de las doce y media de ese día, y en el primero de los dos días siguientes se cantara el “Te Deum” en la catedral.

  En medio de populosa algarabía arcos triunfales, el día 27 fijado el Ejército Trigarante entró a la ciudad de México.  Las casas fueron adornadas con arcos de flores y colgaduras en que se presentaban en diferentes formas los colores trigarantes (verde, blanco y rojo).  Cito las palabras textuales de Iturbide en aquellos momentos “Cabe decir aquí que mi imagen había cambiado, ya no era yo aquel coronel de las batallas de antaño, ahora era un caudillo que levantaba multitudes a mi paso.  Una de los cientos de personas que me vieron pasar sobre mi caballo prieto, dijo que yo lucía aquel día: arrogante, buen mozo, de  porte aristocrático, mago de la sonrisa, ojos de águila, patillas andaluzas de color azafrán”.  La vanidad y la soberbia, acompañadas de la auto lisonja, siempre fueron características personales de Agustín de Iturbide, que siempre quiso ser emperador; y lo fue.

  Mientras su esposa doña Ana María Josefa de Huarte y Muñiz, se encontraba recluida en un convento en Valladolid donde se había refugiado mientras su esposo se encontraba combatiendo, éste ordenó desviar la fastuosa marcha militar del Ejército Trigarante que se efectuó el 27 de septiembre de 1821, para que pasara por la casa de  “La Gûera Rodríguez e instantes después entró a su finca con una rosa en mano para luego arrodillarse a sus pies.

  Poco después, desde el balcón principal del que sería conocido después como Palacio Nacional, se dirigió al jubiloso pueblo mexicano.  Ese mismo día 27 de septiembre, México fue declarado en Estado Independiente.  Hubo entonces muchos mexicanos que al tiempo de la independencia y en forma de gratitud y nombrándolo “Don Agustín de Iturbide, el libertador de México”, le ofrecieron el trono vacante.  Por supuesto al principio don Agustín se negó a dicho ofrecimiento diciéndoles que aun reconocía a Fernando VII, como monarca.

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