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FORJADORES DE MÉXICO: AQUILES SERDÁN ALATRISTE



Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador

 

Revolucionario nacido en Puebla el 2 de noviembre de 1877, su padre fue Manuel Serdán Guanes, un hombre con claras ideas de izquierda, y su madre doña María del Carmen Alatriste y sus hermanos: Carmen, Natalia y Máximo, finalmente su esposa Filomena del Valle.

  Aquiles no practicó ningúna forma de activismo político sino hasta que se enteró de la violenta represión de los obreros en Cananea, Sonora, y Río Blanco en Veracruz, entre 1906 y 1907, aunadas a las protestas que vivió directamente en su propio ambiente.

  Entre 108 y 1910, se consolida el antirreeleccionismo en México.  La entrevista que el presidente Porfirio Díaz le concede al periodista estadounidense del “Pearson Magazine” de El Paso, Texas, James Creelman ---en la cual declara su intención de no reelegirse una vez más--- desata las pasiones políticas en el país.  Los resultados de ello serán, primero, una breve euforia por la posibilidad del cambio, seguido por la decepción nacional al percatarse del engaño del caudillo ya que siempre si decidió reelegirse, dando origen a dos proyectos políticos:  el del continuismo y el del necesario cambio de líderes nacionales.

  En este último destacaban dos bandos: uno que favorecía al gobernador de Nuevo León general Bernardo Reyes y otro que apoyaba a don Francisco I. Madero.  Al final sólo llegarían a la contienda electoral el reeleccionismo de Porfirio Díaz y el antirreeleccionismo de Madero.

  Los dos varones de la familia Serdán, Aquiles y Máximo, habíanse afiliado, desde las postrimerías de 1908, en “Partido Nacional Democrático”, pero dadas las renuencias e indecisiones de su líder general don Bernardo Reyes para asumir su candidatura a la vicepresidencia de la República, resolvieron abandonar al reyismo para incorporarse en el Partido Antireeleccionista en 1909.

  Durante la convención de este grupo celebrada en la ciudad de México los días 16 y 17 de abril de 1910, a la cual concurrieron componentes del antiguo partido reyista, desilusionados ante la desairada actitud política de su candidato, Aquiles, representante de los contingentes poblanos, votó por las candidaturas de don Francisco I. Madero y doctor Francisco Vázquez Gómez para Presidente y Vicepresidente de la República en el sexenio de 1910 a 1916; en estas elecciones don Porfirio aumentó los períodos presidenciales de 4 a 6 años.

  Aquiles Serdán, después de su afiliación al Partido maderista, fundó en Puebla el Club Antirreeleccionista “Luz y Progreso”, con lo que comenzó una intensa campaña de activismo político.  Aquiles, Carmen y Máximo Serdán viajaron a varias partes de su Estado para agitar en los núcleos de descontento, repartir propaganda y promover la creación de nuevos clubes, lo que en las condiciones de un sistema democrático serían actividades  perfectamente respetables y legales, pero para un régimen que llevaba treinta años sin oposición aquella era una actividad punible.  Aquiles Serdán fue detenido el 4 de octubre de 1909 por el delito de “ultraje a la autoridad”

  Lo que sucedió en Puebla con los Serdán, se extendía por todo el país, especialmente en los Estados donde el antirreeleccionismo había adquirido mayor fuerza, como en Coahuila, Nuevo León, Yucatán, o incluso en la ciudad de México, donde muchos partidarios de Madero fueron encarcelados y sus publicaciones clausuradas.

  En diciembre de 1909, Madero visitó Puebla y pudo entrevistarse con Aquiles, a quien le dio ánimos.  Al poco tiempo, gracias a las gestiones de la familia Serdán con algunas amistades en México y a la presión de la gente, las autoridades lo pusieron en libertad “por no haberse encontrado méritos para proceder en su contra.  Las semanas de encierro no menguaron su fortaleza.  Molesto por tanta injusticia, Aquiles estaba dispuesto a redoblar sus esfuerzos en la campaña electoral de Madero y llegar hasta las últimas consecuencias.

  En aquellos momentos, para los hermanos Serdán, y para muchos activistas en Puebla y en todo el país, el triunfo antirreeleccionista era cosa segura y por lo visto así lo pensó también Porfirio Díaz, pues tomó la nefasta decisión de parar en seco la campaña de Madero, quien fue aprehendido en Monterrey, bajo cargos absurdos, y llevado a San Luis Potosí, ciudad en que estuvo confinado los siguientes meses.  En otros lugares del país, sus correligionarios corrieron la misma suerte, o en el mejor de los casos alcanzaron a huir del país.

  Por su parte Aquiles fue informado que la policía lo andaba buscando.  Pudo evadir la persecución  logrando exiliarse, estableciéndose en San Antonio, Texas, donde se encontraba un nutrido grupo de compatriotas que habían escapado de la represión y vivían allí a expensas de Madero, quien enviaba fondos de su propio peculio, para sostener a los desterrados.  Allá estuvo Aquiles Serdán, desde agosto hasta finales de octubre de 1910.

  En los últimos días de octubre, Madero escapó de San Luis y también huyo hacía los Estados Unidos.  Durante su cautiverio había tomado una decisión definitiva que cambiaría el curso de la historia:  estaba decidido a levantarse en armas, y lo mismo sus compañeros de exilio.  Entre el 20 y 23 de octubre de 1910, Madero, Sánchez Azcona, Federico González Garza, Enrique Bordes Mangel y Roque Estrada, se reunieron para darle forma a la idea revolucionaria.  De las extenuantes sesiones nació el documento que fue discutido varios días más.  El documento, dado a conocer como “Plan de San Luis”, a pesar de que fue redactado e impreso en San Antonio, Texas, es un llamado a todos los mexicanos para que se alzaran en armas contra la dictadura porfirista a partir de las seis de la tarde del día 20 de noviembre de 1910.

  Comenzaron los preparativos para iniciar la lucha el 20 de noviembre, como estaba previsto.  Aquiles Serdán, que ya se encontraba en Puebla, había sido dotado con diez mil pesos por parte de Madero.  Aquiles confiaba que fructificaría el proselitismo realizado con tanto esfuerzo entre 1909 y 1910, especialmente entre la clase obrera del Estado, y también en la entrega a la causa por parte de los estudiantes e intelectuales que participaban en las tertulias políticas de la casa de la calle de Santa Clara en Puebla, hogar de la familia Serdán.

  Finalmente se consiguió recolectar un arsenal de trescientas carabinas, doscientos rifles, ciento cincuenta pistolas y muchas cajas de municiones, que se encontraron en la casa convertida en arsenal de guerra.  Para iniciar el movimiento del 20 de noviembre, Aquiles contaría con trescientos hombres bien armados y más de mil comprometidos con la causa, además de una verdadera multitud de simpatizantes.

  El día 17 los conjurados recibieron un informe en el que se les indicaba que la policía, sospechando que en la casa número 4 de la calle de Santa Clara ---hogar de la familia Serdán--- existía un gran depósito de armas, planeaba para el día siguiente un cateo, se apresura Aquiles, sabedor del plan de las autoridades, a reunir a sus más cercanos colaboradores: encontrándose en la casa la señora doña Carmen Alatriste viuda de Serdán, madre de Aquiles; Filomena del Valle de Serdán, esposa de Aquiles; sus hermanos Carmen y Máximo, Miguel Sánchez, Rosendo Contreras, Andrés Cruz, Manuel Velázquez, Manuel Paz y Puente, J. Clotilde Torres, Francisco Yepez, Miguel Patiño, Fausto Nieto, Jesús Cano, Carlos Corona, Luis Teyssier, Francisco Sánchez, Epigmenio Martínez, Martín Pérez, Andrés Robles, Manuel Méndez, Vicente Reyes, y un mozalbete de corta edad.

  23 ciudadanos que convertidos en soldados decidieron ser los primeros combatientes de la Revolución mexicana e iniciarla ese mismo día para adelantarse a la acometida del gobierno que  sabían que planeaba atacar la casa al día siguiente.  La noche transcurrió entre discusiones y aprestos resultando finalmente el siguiente plan de combate:

  Aquiles y Máximo se harían fuertes allí mismo; los acompañarían algunos comprometidos; las mujeres podrían ausentarse si lo deseaban, pero ellas decidieron solidarizarse con la suerte buena o mala que iban a correr aquellos valientes; no por ser mujeres tenían miedo, al contrario, deseaban pelear codo con codo entre ellos.

  Algunos comprometidos no se presentaron; otros más, que merodeaban por las afueras, atisbando, se encargarían de tomar las alturas de los templos de Santa Clara, frontero al edificio Santa Teresa y San Cristóbal; se asaltarían los puestos de guardias en El Carmen, la cárcel de San Juan de Dios, el cuartel del Paseo Viejo o de San Francisco, y un grupo especial tendría su cargo la aprehensión del gobernador, general Mucio P. Martínez, que vivía a unos cuantos pasos, en la actual calle 2 norte; logrando su arresto, se procedería al del anciano general jefe de la zona, don Luis G. Valle; se atacarían los palacios del Gobierno y del Ayuntamiento, así como otros puntos claves.

  Era un plan demasiado ambicioso y quimérico.  Y como nada cuesta soñar, se planeo que después de logrado todo lo anterior, la columna rebelde, triunfante, ampliaría sus operaciones hacía la serranía de La Malinche, cuyos habitantes, en su gran mayoría indígenas, estaban dispuestos a correr la aventura; para después incorporarse al jefe de la Revolución, que ya se habría adueñado del norte de México.  No cabe duda de que el optimismo desorbitado toca los límites de la demencia.

  Tal vez lo más sensato hubiera sido hacer desaparecer las armas, y huir; pero los conjurados decidieron no esperar al 20 de noviembre e iniciar las acciones en cuanto se presentara el primer enfrentamiento, es decir, esperar el cateo para dar comienzo a la lucha armada de manera que pensaban sorpresiva para las fuerzas represivas que en ese momento serían solamente policiacas.  Se enviaron correos para indicar a los grupos rebeldes que eran subordinados de los Serdán, acerca del cambio de planes; se prepararon y esperaron.

En Puebla, al saber el gobierno que en la casa de Aquiles Serdán, que vivía en las calles de Santa Clara, había un depósito de armas, municiones y explosivos preparados para ser distribuidos en el momento oportuno entre los enemigos del gobierno, comisionó al coronel Miguel Cabrera para que investigara el caso y llevase a cabo la aprehensión de los responsables.

  En esa época era gobernador del Estado el general Mucio P. Martínez, jefe de las armas el general Luis G. Valle, jefe de la policía Joaquín Pita, jefe del primer regimiento de caballería el general Eduardo Cauz, quien tenía como ayudantes a los señores coronel Gaudencio de la Llave, coronel Mauro Huerta, teniente coronel Lecuona y mayor Joaquín Mass, quienes tomaron parte en la sofocación del complot antirreeleccionista.

  El coronel Cabrera dispuso llevar a efecto la diligencia la mañana del 18 de noviembre de 1910.  Le acompañaban el mayor Arturo Fregoso y los ayudantes del primero, Martín Aguirre, Blas López y Vicente Murrieta.

  Una vez frente a la casa de Aquiles Serdán llamaron fuertemente a la puerta, que acto seguido fue abierta de par en par.  Penetraron en el zaguán, y después de atravesar el patio de la residencia, fueron recibidos con una descarga de fusilería, que ocasionó la muerte de Cabrera y de su ayudante Murrieta. Los que seguían a Cabrera se replegaron al ser objeto de la agresión, salvándose el mayor Fregoso (de quien se supo más adelante que era miembro de los complotistas), que se ocultó en el marco de una puerta; los demás salieron huyendo de la casa para dar parte de lo sucedido a sus jefes

  Mientras esto ocurría, los hermanos Aquiles, Máximo y Carmen Serdán, la madre de éstos, la esposa del primero y el grupo de los conjurados, ocuparon la azotea de la casa, excitando desde allí al pueblo para que tomara las armas en defensa de la libertad.  Sin embargo, en aquellos momentos su exhortación no fue escuchada.

  Las autoridades dieron órdenes urgentes al batallón Zaragoza para que tomara por asalto la casa de los rebeldes.  También se dio a los soldados del primer Regimiento de Caballería de ocupar las alturas del templo de San Cristóbal, pues desde ese lugar se dominaba perfectamente las azoteas de las casas de la calle de Santa Clara.

  Los soldados del batallón Zaragoza, caminando por las azoteas contiguas a la casa de los Serdán, avanzaban con dificultad por el fuego que les hacían los defensores, que se batían con extraordinario valor y que lograron tener a raya a los asaltantes por mucho tiempo.  Por su parte los federales del primer regimiento abrieron un fuego muy nutrido contra las azoteas, lanzando contra ellas una verdadera lluvia de plomo e imposibilitando la defensa de los sitiados.

  Las primeras víctimas fueron Máximo Serdán y el joven estudiante Jesús Nieto, que cayeron muertos con las armas en la mano, y resultando herida Carmen Serdán.  Los hombres, aunque conservaban la serenidad, se hallaban agotados por la desigual pelea, pues eran mucho más los atacantes que los defensores.  Por fin lograron entrar a la casa los federales.  Se portaron con bastante rudeza con los rebeldes ya rendidos y no guardaron ninguna consideración para las mujeres que también fueron detenidas.

  Desde el primer momento las autoridades se mostraron activas para averiguar el paradero de Aquiles Serdán, que no estaba entre los muertos ni entre los detenidos, no habiéndolo hallado tampoco en el minucioso registro que hicieron en toda la casa.  Para que dijeran donde estaba Aquiles, los defensores de la democracia fueron amenazados, pero a pesar de ello guardaron absoluto silencio acerca del lugar donde se encontraba su líder. 

  Éste, sintiéndose  perdido y sin poder combatir después de una lucha mantenida durante el día, se dirigió a la planta baja del edificio, y haciendo girar una puerta falsa de una de las recamaras se ocultó en el interior.  La casa quedó bajo vigilancia de soldados y policías, después de haber sido encarcelados los familiares de Serdán y sus correligionarios.

  El demócrata poblano se ocultó bajo el piso de una recamara, manteniéndose en incomoda postura por más de quince horas y creyendo que la casa estaba sola y sin que nadie la vigilara, salió de su escondite algo confiado,   Sin embargo, se tropezó con el oficial de gendarmes Porfirio Pérez que vigilaba la casa en la madrugada del día 20 de noviembre.  Cuando Aquiles recibió los disparos que lo privaron de la vida, empuñaba una pistola de la que no hizo uso, pues al verse descubierto gritó:

---¡Yo soy Aquiles Serdán¡                                                                                                                                             

El oficial Porfirio Pérez le contestó al mismo tiempo que disparaba:

---¡Pues a usted lo buscábamos!

  El cadáver de Aquiles Serdán fue llevado a la comisaría para ser expuesto a la curiosidad pública, durante todo el día, tratando así el gobierno de escarmentar a los que se propusieran alterar el orden público.

  La batalla inicial de la revolución antirreeleccionista poblana costó la vida a 17 personas, entre antirreeleccionistas, policías y paisanos.  Quedaron cuatro vivas, mujeres todas, de la familia Serdán: María del Carmen, Carmen, Natalia y Filomena.  A excepción de Natalia, fueron apresadas y en los interrogatorios iniciales señalaron su participación en los hechos. En dichas declaraciones se trasluce el papel que las mujeres tenían en la familia, así como su temple.

  Ellas permanecieron cinco meses en prisión y serían liberadas en mayo de 1911, pocos días antes de la renuncia de Porfirio Díaz, y de inmediato se reincorporaron a la lucha.  La primera acción de Filomena del Valle fue promover un juicio contra el gobierno federal, acusándolo de asesinar a su esposo.  Carmen fundará o participará en diversas juntas revolucionarias.  María del Carmen acogerá a los sobrevivientes de la familia.  Natalia, por su parte, emprenderá un juicio en el que demandó el resarcimiento de los daños a su casa, motivados por la batalla.

  Finalmente: la casa de los hechos, hoy museo, fue conocida como “Casa de Aquiles Serdán”; sólo unos cuantos sabían quienes eran Natalia Serdán y Filomena del Valle y, hasta la fecha, desconocemos que sucedió con estas mujeres, como murieron y donde reposan sus restos.             

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