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FORJADORES DE MÉXICO: DON IGNACIO ALLENDE Y UZANGA



Rafael Urista de Hoyos // Cronista e Historiador


  Nace en la Villa de San Miguel el Grande, Guanajuato, en el seno de una familia acomodada Don José Ignacio María Allende y Unzaga, el gran iniciador de nuestra guerra de Independencia junto con Don Miguel Hidalgo y demás próceres.  Sus padres fueron Domingo Narciso de Allende y Ayerdi y María Ana Josefa de Unzaga  Menchaca.   Realizó sus estudios en el Colegio de San Francisco de Sales de San Miguel el Grande donde conoció a los hermanos Ignacio y Juan Aldama Rivadeneyra quienes lo acompañaron siempre en la lucha libertaria que más tarde iniciarían.

   Desde muy joven se interesó en las faenas del campo, el toreo y la charrería, actividades que compartía también con sus hermanos mayores ---era el quinto de seis hermanos--- y algunos de sus amigos.  Pero no todo era felicidad en sus primeros años de juventud.  Contaba con 18 años cuando tuvo la desgracia de perder a su padre el 24 de febrero de 1787.  Él era el encargado de manejar los negocios de la familia y a su muerte casi quedaron en quiebra, pero gracias a la oportuna ayuda de Don Domingo Berrio, que logró que los negocios se liquidaran de una manera favorable, tanto su madre como sus hermanos y él gozaron de una mediana fortuna que les permitió vivir desahogada y  cómodamente.

  Durante su juventud tuvo muchas aventuras amorosas con las señoritas de la región.  Cuando tenía 23 años tuvo amoríos con la joven Antonia Herrera y meses después tuvieron un hijo, al que pusieron por nombre Indalecio y aunque nunca llegaron a casarse ella tuvo otro hijo del que afirmaba que él era el padre y al que bautizaron con el nombre de Guadalupe.

  En el año 1794 llegó a San Miguel el Grande don  Miguel Malo y Hurtado de Mendoza para ocupar el cargo de Alguacil Mayor.  Su primera disposición fue organizar un cuartel militar conocido como “Regimiento Provincial de los Dragones de la Reina”, financiado por algunos miembros de las familias criollas, que ocupaban cargos importantes.

  Al siguiente año, don Miguel Malo le envió al virrey Félix Berenguer de Marquina la lista de oficiales que integraban el regimiento, en el que aparecía el nombre de Ignacio Allende y dos de sus amigos Juan Aldama Rivadeneira y José Mariano Jiménez.  En el cuartel conocieron a Félix María Calleja quien para entonces era coronel de la décima brigada de San Luis Potosí, que comprendía en su jurisdicción a la región de San Miguel el Grande.

  En enero de 1801el virrey nombró a Allende teniente del Cuerpo de Granaderos, bajo el mando del coronel Calleja.  Una de las principales acciones que realizaron en ese tiempo fue acudir a Texas para atacar a los aventureros estadounidenses que intentaban invadir esa zona.  Después de esa acción, fue nombrado teniente de las Milicias de la Reina.

  Llegado el momento, tomó la decisión de contraer matrimonio con la señora María de la Luz Agustina de las Fuentes, originaria también de San Miguel el Grande, que había quedado viuda de don Benito Manuel Aldama ---quien no tenía parentesco con sus amigos del mismo apellido---.  La boda se realizó el día 10 de abril de 1802 y en ese entonces Ignacio Allende tenía 33 años.  El matrimonio no duró mucho tiempo porque su esposa enfermó y murió a los seis meses de casados, el día 20 de octubre.

  El coronel Félix María Calleja lo envió a diversas comisiones militares que cumplió en distintas poblaciones.  En el año 1806, empezó a formarse el Cantón de Jalapa, en Veracruz, para prevenir la posible invasión de los ingleses.  Esta situación le permitió relacionarse con algunos grupos liberales y masones, así como conocer a oficiales del ejército virreinal que sostenían ideales de libertad e independencia.

  Regresó a San Miguel el Grande en el año 1808, con el grado de capitán al frente del regimiento de caballería “Dragones de la Reina”.  Por esos días, el nuevo Virrey Iturrigaray, nuevamente manifestó temor de una invasión por parte de los ingleses y ordenó otras grandes estrategias militares que se realizaron en la Nueva España.

  Más adelante le ordenaron dirigirse primero a la ciudad de México.  Meses después lo enviaron a la ciudad de Jalapa en Veracruz y finalmente llegó a Sonora, en un lugar llamado “El Palmar”.  Luego de esas encomiendas y con una mayor experiencia en el manejo de las armas, regresó nuevamente a su ciudad en el año 1809.

  Sus inquietudes políticas lo decidieron a participar en la organización de reuniones formadas por conspiradores.  En ellas tuve comunicación con personas de tendencias liberales y algunas también pertenecientes a grupos masones, que propagaban ideas independentistas.

  Ese mismo año participó en la conspiración de la ciudad de Valladolid, impulsada por los militares José Mariano Michelena y José María Obeso, que tenía tintes de insurrección. Pronto las autoridades virreinales descubrieron el complot y procedieron a detener a sus dirigentes.  Por fortuna Allende logró escapar y salvarse del castigo, pero continuó organizando reuniones para efectuar nuevos intentos independentistas, así como buscando nuevos simpatizantes.

  Tuvo relación con un cura del poblado de Dolores, en Guanajuato, llamado Miguel Hidalgo y Costilla y con el capitán Mariano Abasolo, quienes compartían sus mismas ideas.  Con frecuencia se escribían cartas relacionadas a esos temas y poco después los convenció de que se unieran al movimiento.  Aunque en un principio el cura dudó porque tenía amistad con personajes españoles muy influyentes, finalmente aceptó.

  Su amigo Juan Aldama se convirtió en un lugarteniente de todos esos asuntos.  Muy pronto se dieron a la tarea de organizar una junta para la independencia en San Miguel, la que llegó a tener numerosos integrantes.  Le solicitó a su hermano José Domingo, quien compartía sus mismas inquietudes, le permitiera ocupar su casa para realizar esas reuniones.  También en otras ciudades como Celaya, San Felipe y San Luis Potosí, se extendieron las ideas insurgentes y se organizaron grupos, que ya para el mes de agosto de 1810 se hallaban en plena actividad.

  Por ese tiempo conoció en Querétaro al Corregidor de esa ciudad llamado Miguel Domínguez y a su esposa doña Josefa Ortiz.  Con ellos mantenía largas conversaciones relacionadas con las ideas de independencia y libertad.  Pronto se formaron reuniones de tipo político en apoyo al movimiento insurgente, disfrazado de “veladas literarias”, a las que llamaron la “Conspiración de Querétaro”.

  Doña Josefa invitó también a esas reuniones, al cura don Miguel Hidalgo y Costilla, al capitán Mariano Abasolo y a sus amigos los hermanos Ignacio y Juan Aldama.  En esas “veladas” participaron también abogados, comerciantes, eclesiásticos, burócratas, militares y demás gente del pueblo.  Allende hacía frecuentes viajes a la ciudad de Querétaro y al pueblo de Dolores, organizando juntas.

  El plan que se concibió luego de varias reuniones era hacer estallar el movimiento insurgente en el mes de diciembre, en un pueblo llamado San Juan de los Lagos y sería dirigido por él y por Juan Aldama.  Después lo adelantaron para el día 1º de octubre de ese mismo año 1810.  Ninguno de los participantes se imaginaba que los acontecimientos iban a precipitarse.  Enseguida vamos a dejar que sea el propio Ignacio Allende nos relate los acontecimientos que dieron lugar al inicio de la guerra de Independencia:

  “Llegó a nuestros oídos que espías del gobierno español vigilaban con ahínco nuestras actividades.  El día 13 de septiembre de ese mismo año, la Conspiración de Querétaro fue motivo de cinco distintas denuncias.  Una de las más importantes fue la que hizo don Francisco Bueras, quien avisó al Juez Eclesiástico don Rafael Gil de León que se estaba tramando una conspiración en la ciudad de Querétaro, para proclamar la independencia de México.  Asimismo, le informó que los conspiradores estaban acumulando armas en las casas de los partidarios del movimiento insurgente”

“El juez Rafael Gil, de inmediato le aviso jefe militar García Rebollo lo sucedido y éste le ordenó al Corregidor don Miguel Domínguez que realizara un cateo en los domicilios de los sospechosos.  Por fortuna el logró avisarle a su esposa lo ocurrido y temiendo que le sucediera algo a su familia, la encerró en su habitación para que no se arriegara a informarnos sobre la denuncia.  Doña Josefa había planeado la manera de advertirnos si algo sucedía y mediante una señal convenida con el alcaide Ignacio Pérez, logró entregarle una carta para hacérmela llegar hasta San Miguel el Grande, para que yo iniciara la revuelta”.

  “En el momento que el alcaide llegó a buscarme me encontraba en el pueblo de Dolores con don Miguel Hidalgo.  Don Ignacio se dirigió hacía allá con la carta de doña Josefa.  Supimos después que a ella la habían apresado gracias a una traición.  Al ser descubierta la conspiración, les propuse citar a los integrantes del movimiento para que en cada ciudad se extendiera la voz de independencia.  El cura Hidalgo habló conmigo y me convenció que no teníamos más opción que lanzarnos a la lucha de inmediato ahí mismo en Dolores”. (fin de la cita).

  El cura Hidalgo decidió adelantar el levantamiento las primeras horas del día 16 de septiembre de 1810.  Aprovechando su lugar como párroco de la iglesia de Nuestra Señora de Dolores, llamó a sus feligreses y los animó a luchar por conseguir un gobierno más justo.  Les habló con tanta pasión que logró su propósito, porque la mayoría de los asistentes eran indios, que se hallaban en una situación de extrema pobreza por las malas condiciones de vida que reinaba en toda Nueva España.  Una vez proclamada la insurrección con el que llamarían “el Grito de Dolores”, Allende incorporó a la causa su regimiento de “Dragones de la Reina”, para proporcionar al movimiento una tropa profesional.

  Como Allende había sido uno de los principales promotores del levantamiento y dada su preparación militar, era lógico que fuera el jefe de la lucha armada, pero don Miguel Hidalgo tenía una gran influencia y decisión sobre el pueblo por lo que se le eligió para ese cargo pues podría atraer nuevos adeptos.  Los jefes insurgentes, incluyendo al mismo Allende, nombraron al cura Hidalgo Capitán General y a Allende Teniente General.  Esto sucedió el 22 de septiembre de 1810 en la ciudad de Celaya.  Enseguida el ejército insurgente tuvo una serie de triunfos al principio que les permitió tomar los poblados de Chamacuero, Celaya, Irapuato, Silao y finalmente Guanajuato.

  Casi desde su inicio, fueron evidentes los distintos puntos de vista y de importancia sobre el conflicto insurgente que tuvieron don Miguel Hidalgo e Ignacio Allende.  La intención de Allende era conservar el reino para Fernando VII.  La de Hidalgo, sin oponerse a esa línea era que pensaba que el rey ya no existía para el movimiento y que se debía actuar en nombre de la nación.

  Allende permaneció conforme el orden establecido, en cambio Hidalgo pretendía crear un nuevo orden social, pensaba que el pueblo era el único dueño del poder y éste debía desempeñarse en representación de su voluntad soberana.  Otro punto de vista distinto era que don Miguel Hidalgo consideró la lucha como un movimiento popular de reivindicación social, mientras que Allende intentó organizar el movimiento como un ejército con el propósito de derrocar al gobierno virreinal, pero siempre al servicio del rey de España.

  El principal objetivo de Allende era la toma militar de la ciudad de México, mientras que los del cura Hidalgo eran dar libertad a los esclavos y las castas, sostener la guerra ideológica, regresarles las tierras a los indios, establecer los poderes del Estado Nacional y fomentar la rebelión en todos los territorios ocupados por el enemigo.  Todas y cada una de estas diferencias marcaron desde un principio el rumbo del movimiento armado por la independencia.

  Las fuerzas insurgentes continuaron su marcha a pesar de contar con pocos elementos de guerra y muy poca disciplina militar.  Se apoderaron de la ciudad de Valladolid y de ahí siguieron los poblados de Valle de Santiago, Salvatierra, Zinapécuaro, Indaparapeo, Acámbaro y Toluca.  Después de esta ciudad continuaron avanzando hasta aproximarse a la Ciudad de México.

  El virrey don Francisco Javier Venegas nombró al teniente coronel Torcuato Trujillo para defender a la ciudad capital.  Allende concibió un plan para emprender una batalla en el Monte de las Cruces y después de un intenso combate que duró seis horas, las fuerzas españolas perdieron las dos terceras partes de su ejército, y aunque los insurgentes también tuvieron que sufrir muchas bajas estos lograron un rotundo triunfo.

  Cuando se tenía a la vista la capital de la Nueva España, Ignacio Allende pensó que el avance de los insurgentes a la Ciudad de México provocaría la captura del virrey o tal vez su huida, con lo que se derrotaría al gobierno virreinal, se les impediría a los soldados realistas reorganizarse y la insurgencia gozaría de mayores privilegios por la victoria alcanzada y esto permitiría continuar la lucha en situaciones cada vez mejores.

  Pero don Miguel Hidalgo no estuvo de acuerdo con la estrategia propuesta por Allende, tal vez porque consideró que el ejército realista no estaba derrotado definitivamente y se necesitaba más y mejores elementos para enfrentar la batalla final.  Quizá tuvo el temor de que se repitiera el derramamiento de sangre y el saqueo ocurridos durante la toma de Guanajuato.

  Lo que sucedió aquí es que el cura Hidalgo decidió retirarse aún en contra de la voluntad de Allende.  Definitivamente este desacuerdo marcó la división definitiva entre ambos pues Allende le manifestó a Hidalgo que esa decisión propiciaría la derrota del ejército insurgente, pues los soldados se desanimaron y de casi cien mil que lo formaban se redujo a la mitad.

  En estas condiciones se enfrentaron al comandante Calleja en el poblado de Aculco y como era de esperarse los insurgentes fueron presa fácil para la derrota, porque Calleja tenía un ejército muy bien preparado, disciplinado y perfectamente pertrechado.  Ante la gravedad de las circunstancias por las que estaba pasando se tomó la determinación de substituir al capitán general Miguel Hidalgo en el mando militar por ser el responsable de la derrota que se había sufrido, y después de una ardua discusión, se acordó dividir el ejército insurgente: una parte al mando de Hidalgo marcharía a la ciudad de Guadalajara y la otra con Allende al frente avanzaría a la ciudad de Guanajuato.

  El general realista Félix María Calleja atacó primeramente a los insurgentes de Allende en Guanajuato, y aunque se pudo resistir los primeros ataques, Allende tuvo que pedirle ayuda a Hidalgo que se encontraba cerca de ellos, en Valladolid, y al no tener respuesta y ante la inminencia de una nueva derrota Allende decide retirarse de Guanajuato para reunirse con Hidalgo en Guadalajara acompañado como siempre por sus amigos Juan Aldama y Marian Abasolo.

  Una vez juntos, se supo que Calleja avanzaba hacia Guadalajara tras de ellos y de nueva cuenta hubo desacuerdo entre Hidalgo y Allende respecto del lugar donde debía efectuarse la batalla.  Finalmente se decidió esperar a los realistas de Calleja en el lugar llamado “Puente de Calderón” donde se dio una lucha encarnizada tras la cual, y cuando los insurgentes estaban a punto de alcanzar la victoria, explotó un vagón de municiones en medió de los insurgentes muriendo un millar de ellos.  Como era de esperarse, este hecho facilitó a las fuerzas españolas la victoria cuando ya estaban preparándose para la retirada.  Esta derrota constituyó un verdadero desastre para los independentistas.

  Allende e Hidalgo se retiraron con su derrotado ejército a la hacienda “El Pabellón” ya dentro del hoy Estado de Zacatecas.  Ante esta terrible situación, los conflictos entre Hidalgo y Allende aumentaron y los oficiales, muy molestos, le pidieron al cura su renuncia.  En forma verbal Hidalgo dimitió a favor de Allende y se le asignó el mando supremo del movimiento insurgente cargó que tomó éste con suma responsabilidad.

  El 16 de marzo de ese año de 1811, Allende ordenó al menguado ejército insurgente la retirada hacia la ciudad de Saltillo, que era el único punto que consideraba seguro, para de ahí marchar hacia los Estados Unidos con el propósito de conseguir apoyo y armas necesarios para proseguir la campaña.

  El plan de Allende era enviar al licenciado Ignacio Aldama ---hermano de Juan--- a que se adelantara como embajador.  Pero todo desgraciadamente cambió, el jueves 21 de marzo de 1811, en un punto llamado “Acatita de Baján”, en las cercanías del poblado de Monclova, en Coahuila, los jefes insurgentes esperaban ser recibidos amistosamente por Ignacio Elizondo, capitán de las fuerzas insurgentes, quien se había adelantado desde Saltillo fingiendo un servicio de protección y vanguardia de exploración.  El Comandante Allende autorizó a Elizondo su solicitud pareciéndole en principio muy acertada sin imaginar que ya entonces los había traicionado con los realistas, porque estaba resentido con Allende por no haberle dado el nombramiento de teniente general.

  Ajenos a la trampa preparada, los insurgentes fueron víctimas de una infame emboscada cuando llegaron a un recodo de ese lugar.  Los realistas los tomaron por sorpresa y los obligaron a rendirse, conforme iban avanzando los españoles los desarmaban y los iban haciendo prisioneros.

  Allende viajaba en el último coche del contingente, junto con su hijo Indalecio, de apenas 19 años de edad.  Cuando los sorprenden los realistas y los intimidan para que se rindieran, Allende, en un acto de desesperación, al ver que se encontraba en peligro su hijo, dispara su pistola sobre el maldito traidor Elizondo, quien sale ileso y ordena a la tropa abrir fuego sobre Allende y su gente.  En esa acción muere acribillado el hijo de Allende, quien con lágrimas en los ojos tuvo que abandonar el cadáver de su hijo porque de inmediato lo hicieron prisionero y lo encadenaron junto con sus compañeros Juan Aldama, Mariano Jiménez y Manuel Santamaría.  Los trasladan a la ciudad de Chihuahua, donde el 6 de mayo de 1811, se inició un proceso penal por el delito de traición.

  Durante el juicio Allende se portó muy sereno, pero no pudo soportar que el juez Ángel Abella lo tratara con tal desprecio que en un arranque de furia rompiera las esposas que traía en las manos y con ellas le diera un fuerte golpe en la cabeza que si no lo detienen con toda seguridad lo hubiera matado.  Y como era de esperarse en ese momento fue sentenciado a muerte.

  José Ignacio María de Allende y Unzaga fue fusilado junto con Juan Aldama, Mariano Jiménez y Manuel Santamaría, el 26 de junio de 1811 en la ciudad de Chihuahua, Tenía 42 años de edad.  Su cabeza junto con las de los demás jefes insurgentes, fue puesta en una jaula de hierro y fijada en una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas en la ciudad de Guanajuato.  El resto del cuerpo de Ignacio Allende fue enterrado en la Iglesia de San Francisco en la ciudad de Chihuahua.

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