Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador
EL HUMANISMO REVOLUCIONARIO
El 13 de junio de 1869 en la población de Zacualtípan del Estado de Hidalgo, nace el General de División Felipe Ángeles Ramírez. Fue hijo de Felipe Ángeles y de Juana Ramírez. Inició sus estudios primarios en Huejutla, pasó luego a la escuela en Molango y al Instituto Literario de Pachuca. A los catorce años ingresó al Colegio Militar, gracias a una beca concedida por el Presidente Porfirio Díaz con motivo de los servicios de du padre durante la lucha contra la intervención francesa. Algo introvertido, pero con una sobresaliente inteligencia, se distinguió como uno de los oficiales más relevantes, en una generación donde había militares como Victoriano Huerta, Guillermo Rubio Navarrete y Rafael Eguía Lis.
Desde muy joven fue profesor sobresaliente del Colegio Militar, de la Escuela Militar de Aspirantes, de la Escuela Nacional Preparatoria y de la Escuela de Tiro, de la que más tarde fue director. Profesor de matemáticas, balística y mecánica analítica dentro del Colegio militar, la gran pasión de su vida fue el dominio de la más científica de las armas: la artillería, logró fundir las matemáticas con la pólvora para crear un arte. Fue enviado a los Estados Unidos para realizar estudios sobre artillería; en Francia supervisó el armamento adquirido por el gobierno de México, y fue ascendido a mayor.
En cierta entrega de premios del Colegio Militar, Ángeles atacó en presencia del Presidente Porfirio Díaz al soldado arbitrario y brutal y elogió al hombre de armas apegado a la legalidad y a las obligaciones institucionales; esta actitud marcó su derrotero militar y político. Fue un militar con altas calificaciones teóricas, aunque con vocación de soldado activo. Mostró su inconformidad ante las injusticias del ejército con los yaquis y ante el favoritismo como base de promoción. Lo que dio lugar a que fuera enviado en comisión militar a Francia. En este país lo sorprendió la Revolución Maderista y la renuncia del Presidente Porfirio Díaz.
En 1912 regresó a México y se presentó ante Madero. Si Don Francisco I. Madero veía en todos los hombres su propia capacidad de “amar al prójimo” ---de ahí su confianza casi ciega, aún en sus enemigos--- su relación con Felipe Ángeles vino a confirmar su inquebrantable fe. Quizá ningún otro personaje de la Revolución fuese tan semejante a Madero en términos de humanismo. Don Francisco reconoció plenamente sus virtudes y además de otorgarle el grado de general brigadier, lo nombró Director del Colegio Militar. Más tarde lo envió a Morelos a combatir al zapatismo en substitución del cruel general Juvencio Robles.
Con todo y ser enemigo de Emiliano Zapata, éste siempre le reconoció sus méritos conciliadores y bondadosos en su campaña militar tratando de pacificar al Estado, lo contrariamente opuestos a los otros atacantes del zapatismo, Victoriano Huerta y Juvencio Robles, que eran unas bestias asesinas. Ángeles demostró, con creces, que su respeto por la vida humana estaba por encima de la devoción por la guerra.
Sin embargo, su campaña fue interrumpida al sobrevenir la Decena Trágica en la Ciudad de México. Madero, consiente y seguro de su lealtad, fue personalmente a Morelos a pedirle ayuda. Aunque Madero, respetuoso de la institucionalidad militar, no le dio el mando de las fuerzas del gobierno en su lucha contra los alzados, si operó contra los militares traidores refugiados en La Ciudadela.
En febrero de 1913, Madero bebió el amargo cáliz de la traición de la Decena Trágica al ser arrestado junto al general Ángeles y el licenciado José María Pino Suárez su vicepresidente. Estuvieron juntos varios días reducidos a prisión en el mismo Palacio Nacional. Vieron transcurrir las horas y los días lentamente para finalmente percatarse de su trágico e inevitable destino a pesar de las pérfidas promesas de Huerta.
Ángeles se conmovió al escuchar el casi imperceptible llanto de Madero, luego de enterarse del brutal asesinato de su hermano Gustavo. Tiempo tuvieron para hablar y tiempo tuvieron para despedirse la noche del 22 de febrero de 1913, cuando Madero y Pino Suárez fueron sacados de la intendencia del Palacio Nacional para ser llevados a la penitenciaría, a donde llegaron tan sólo sus cadáveres. Por su parte Ángeles fue salvado de la muerte por su arraigo en el Ejército Federal aunque se le simuló una comisión a Europa, ahora a Alemania, en una especie de destierro ya que era un obstáculo potencial en el gobierno de Victoriano Huerta por su acendrado maderismo. Los últimos instantes del infortunado presidente marcaron para siempre al general Ángeles. A partir de 1913 su discurso sería el maderista apoyado en las armas, pero sólo en casos estrictamente necesarios. Y el primero se presentó al poco tiempo: la revolución constitucionalista encabezada por Venustiano Carranza vengaría la muerte de Madero buscando restablecer el orden constitucional roto por la traición de Victoriano Huerta.
Volvió al país en octubre de 1913 y se alió a las fuerzas constitucionalistas que luchaban contra Huerta, Carranza lo nombró primeramente como Secretario de Guerra y ratificado después sólo como subsecretario, debido a los celos y las intrigas de Obregón contra él. En 1914 se incorporó a las fuerzas de la División del Norte a pedido del General Villa a Carranza en ese sentido, ya que éste lo tenía arrinconado en un escritorio y sin actividad alguna, malográndose, según el sentir de Villa, las grandes dotes que como estratega militar estaba dotado el General Ángeles.
El General Ángeles comenzó la etapa más gloriosa de su carrera militar al lado de Pancho Villa, haciendo rugir los cañones de la artillería de la famosa División del Norte. Así se dio la ironía de que un hombre inculto como Villa fue el único que supo aquilatar las grandes virtudes y grandes glorias de Felipe Ángeles.
Ciertamente, Villa, a diferencia de la toda la corte carrancista que repudiaba el origen porfirista de Ángeles, apreció a su artillero y juntos dieron las grandes batallas victoriosas ---Torreón, San Pedro de las Colonias, Paredón, Zacatecas--- que determinaron el curso de la guerra a favor de la causa constitucionalista y la caída de Huerta en julio de 1914. Pero Ángeles veía con recelo los rasgos autoritarios de Carranza y unos días antes de la toma de Zacatecas encabezó la rebelión de los principales jefes de la División del Norte en contra de su arbitraria decisión de destituir a Villa como general en jefe.
Después los acontecimientos se precipitan rápidamente: los jefes de la División del Norte desconocen la orden de Carranza de elegir un jefe en substitución del General Villa y por el contrario, reafirman a éste en la jefatura de la División y se lanzan a la captura de Zacatecas contrariando los deseos del Primer Jefe quien responde inmovilizando a las fuerzas de Villa al suspenderle las remesas de carbón para sus trenes.
Mientras tanto el general Álvaro Obregón, después de la huida de Huerta, se enfila hacia la Ciudad de México con sus tropas y el 13 de agosto de 1914 recibe la rendición del Ejército Federal firmando los tratados de Teoloyucan donde se disuelve el ejército y se entrega la ciudad de México. Días después, el 20 de agosto, hacen su entrada triunfal las fuerzas constitucionalistas con Carranza al frente usurpando el derecho legítimo de los villistas cuyas victorias hicieron posible la derrota del huertismo.
Villa y Carranza comienzan a no entenderse. El general Lucio Blanco propone los postulados del Pacto de Torreón que se celebró el 8 de julio de 1914 entre villistas y constitucionalistas. Se reúne una cincuentena de generales para tratar de evitar un nuevo conflicto armado, acordando la celebración de una convención para buscar hilos de paz y evitar una guerra civil. Se establece entonces un último intento de acercar posiciones en lo que se denominó “Soberana Convención Revolucionaria”, y se escogió a la ciudad de Aguascalientes para su celebración, un lugar a medio camino entre la ciudad de México y Zacatecas; un lugar neutral.
La ciudad de Aguascalientes era un punto estratégico por sus buenas comunicaciones ferroviarias y la equidistancia entre los campamentos militares de las tropas en conflicto, además de ser una ciudad con una economía bastante floreciente.
Como hombre de confianza del General Villa, Ángeles lo representó en la Convención de Aguascalientes, de la que el mismo fue promotor e ideólogo. La Convención se inauguró el 10 de octubre de 1914. El 31 de octubre votó por el retiro de Venustiano Carranza. Formó parte de la comisión de guerra de la Convención y de la que logró la participación del zapatismo en la misma. El 2 de diciembre de ese 1914 entró a la ciudad de México al frente de la vanguardia de la División del Norte.
Ante el fracaso del gobierno de la Convención Villa lo envió al noreste al mando de varias brigadas villistas con las que derrotó a las fuerzas carrancistas del general Pablo González que dominaban los Estados de Coahuila y Nuevo León, logrando tomarles las ciudades de Monterrey y Saltillo, ocupando por breves días la gubernatura de Coahuila. Ángeles siguió fiel a la causa villista contra Carranza y Obregón hasta su derrota en las sangrientas batallas del Bajío en 1915.
El General Felipe Ángeles se separó del General Villa después de las derrotas de éste en las batallas del Bajío, desoyendo sus consejos de volver al norte y esperar allí a las fuerzas de Obregón ya muy distanciadas de sus puntos de aprovisionamiento; al triunfo de Carranza se refugió en los Estados Unidos con la ayuda del general Don José María Maytorena.
Ya en la nación vecina, fue muy activo entre los exiliados. En Nueva York formó parte s del Comité Ejecutivo de la Alianza Liberal Mexicana. Regresó al país hasta diciembre de 1918, transformado: había decidido cambiar el rugir de los cañones por la voz de la razón. “Vengo a buscar la manera de que cese esta lucha salvaje que consume al pueblo mexicano, unificando en un solo grupo a todos los bandos políticos que existen en la actualidad en el suelo de la República, sin distinción de credos” comentó al cruzar la frontera para internarse de nueva cuenta en México.
Con la genial caballerosidad y atención que le caracterizaba, el general Ángeles intentó persuadir a Villa de formar una alianza con viejos revolucionarios que se encontraban en el extranjero perseguidos por Carranza. El objetivo común debía ser la paz de la República y la instauración de un régimen democrático, respetuoso de las garantías individuales.
Con las circunstancias adversas, Ángeles no tardó en seguir el mismo camino de Madero: el martirio. Víctima de una traición fue capturado por las fuerzas carrancistas y llevado a Chihuahua para ser sometido a un juicio sumario, cuya sentencia ---la pena de muerte--- había sido dictada por Carranza desde 1914, cuando Ángeles siguió a Villa tras el rompimiento revolucionario.
Su irremediable destino fue encontrarse con la muerte en Chihuahua. El anunciado juicio fue una farsa representada por el gobierno para revestir su ejecución con formulas supuestamente legales. La farsa de Consejo de Guerra estuvo integrado por los generales Gabriel Gavira, Miguel Acosta, Fernando Peraldi y José Gonzalo Escobar, quienes recibieron órdenes de Venustiano Carranza en el sentido de que el fallo sea el fusilamiento.
En el desarrollo del juicio más que una comparecencia, Ángeles dio una cátedra frente a los jueces y frente al público. Negó las acusaciones que lo señalaban como un rebelde buscando el derrocamiento del régimen legalmente constituido. Rechazó haber tenido mando de tropas durante los cinco meses que estuvo con Villa desde su reaparición. Demostró no estar contra la Constitución de 1917. Habló durante horas de su misión para México. Finalmente les sentenció a los jueces:
“Se que me van a matar, pero también que mi muerte hará más por la causa democrática que todas las gestiones de mi vida, porque la sangre de los mártires fecundiza las grandes causas”.
Cerca de la medianoche del 25 de noviembre de ese año 1914, el Consejo, acatando las órdenes de Carranza, condenó a muerte al General Felipe Ángeles. Al escuchar el fallo el general permaneció sereno. Su rostro parecía de piedra. No ubo expresión alguna de dolor, de miedo o de tristeza. El silencio cayó sobre el Teatro de los Héroes.
Murió fusilado el 26 de noviembre de 1919. Antes de morir envió con uno de sus defensores a Venustiano Carranza una nota con la sentencia: “el que a hierro mata a hierro muere”, sentencia premonitoria que se cumpliría 6 meses más tarde, el 21 de mayo de 1920 en Tlaxcalantongo.
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