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FORJADORES DE MÉXICO: GENERAL MELCHOR MÚZQUIZ "EL INSURGENTE OLVIDADO"



Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador

 

  José Ventura Melchor Ciriaco Eca y Múzquiz de Arrieta nació en el presidio de Santa Rosa, hoy Ciudad Melchor Múzquiz el 5 de enero de 1790.  Fue hijo de Blas María Eca y Múzquiz y Juana Francisca de Arrieta.  El padre era teniente y servía en las tropas presidiales cuando bautizó a su hijo, pero poco sabemos de su familia, además que tuvo dos hermanos que optaron por el sacerdocio.

  Melchor Múzquiz tenía 22 años cuando en 1810 se inscribió en el Colegio San Ildefonso, donde estudiaba jurisprudencia con una beca de seminarista, la cual dejó al empuñar la espada en defensa de la libertad.  El año de 1812 marcó el surgimiento de la fe en la causa independentista.  La heroica defensa de Cuautla por don José María Morelos y Pavón avivó la fe en la causa del triunfo insurgente.

  Al dejar los estudios el 5 de enero de 1812, el coahuilense acudió al campamento de Ignacio López Rayón donde su hermano Ramón lo tomó a su servicio.  Asistió voluntariamente a algunas acciones de guerra en las que se manejó con entusiasmo y valor.  Ascendió pronto; el 12 de noviembre de 1812 Ignacio Rayón lo nombró teniente de la 1ª Compañía del Regimiento de Infantería en el ejército, cuerpo en el que sirvió hasta junio de 1813.

  Para entonces estaba cerrado el primer capítulo del movimiento independentista.  Miguel Hidalgo había muerto fusilado en Chihuahua el 30 de julio de 1811, en tanto que Alende, Aldama, Jiménez y los demás jefes insurgentes habían sido fusilado en marzo de ese mismo año.  Sin embargo, la bandera insurgente no cayó, la hicieron ondear, primero Rayón, con sus cinco hermanos, y después la figura emblemática de la segunda etapa de esta lucha:  el Generalísimo  Morelos.

  Múzquiz combatió al lado de Ignacio y Ramón Rayón en Michoacán y en el hoy Estado de México.  Asistió al sitio de Toluca abril a julio de 1813, en el que se encargó del atrincheramiento del cerro de Tenango.  Al lado de Ramón Rayón destacó en los enfrentamientos contra los realistas Landázurri y Manuel de la Concha, en los que su arrojo e inteligencia no pasaron desapercibidos.  Su fama llegó hasta Morelos, quien a principios de 1815 le otorgó el despacho de coronel efectivo de caballería y lo nombró comandante del distrito de Yuridiapúndaro.

  No obstante los triunfos obtenidos, los luchadores por la libertad vivían sus peores momentos vencidos en Puruarán, Michoacán, y perdió el fuerte de San Diego en Acapulco, muertos don Hermenegildo Galeana e Ignacio Matamoros, y maltrechas en el sur las tropas de Morelos, la rebelión languidecía. Un golpe demoledor fue la aprehensión del generalísimo, ya que su fusilamiento el 22 de diciembre de 1815 en San Cristóbal Ecatepec, sembró el caos y el desaliento en las filas insurgentes, además se introdujo la discordia entre ellos.

  En 1815 el Congreso de Apatzingan encomendó a don Melchor una delicada misión, por lo que partió a Nueva Orleans, Florida, en compañía del general José Herrera Valdés.  El objetivo del viaje era negociar la ayuda del gobierno estadounidense.  Las gestiones no dieron frutos, pero Múzquiz aprovecho su estancia de ocho o nueve meses en el vecino país para estudiar inglés y francés.

  Al regresar a México volvió a la lucha, esta vez en Veracruz, con las fuerzas de Guadalupe Victoria, uno de sus condiscípulos en San Ildefonso, a quien se unió después de estar en Acapulco y recibir en Ario, Michoacán, el grado de coronel de infantería permanente.  En 1816 Victoria le encomendó la defensa del fortín de Monteblanco, cercano a Córdoba, el cual contaba con tres cañones y trescientos hombres.  A finales de septiembre el realista Márquez Donallo se unió a la guarnición de Orizaba y acto seguido se dirigió a Monteblanco apoyado con mil infantes y otros cuerpos.

  Dada la superioridad de las fuerzas atacantes, Múzquiz les salió al paso en el pueblo de Chocomán, pero no pudo sostener el punto.  Después del repliegue de los insurgentes, Márquez Donallo sitio Monteblanco.  El 6 de octubre emplazó un cañón y con pocos tiros abrió una brecha en la muralla.  Sin esperar el asalto que amenazaba convertirse en una carnicería Múzquiz se rindió salvando su vida y la de sus hombres.

  Fue conducido a la cárcel de Puebla y se le condenó a diez años de prisión en la isla de Ceuta, al norte de África, y al destierro perpetuo.  En tanto se le enviaba a Ceuta, lo que nunca sucedió, estuvo confinado en la cárcel poblana donde perdió el oído por las escaseces y miserias que en ella sufrió.  Después de un año (algunos documentos alargan esa prisión a dos años) quedó en libertad gracias al indulto concedido con    motivo del matrimonio del rey de España, pero se le prohibió residir en Veracruz, Puebla y Coahuila, por lo que decidió radicar en Monterrey, donde vivía uno de sus hermanos.

  La prolongada lucha por la independencia llegaba a su fin, pero el término del movimiento iniciado once años atrás no sería producto del triunfo de los insurgentes, sino resultado de un pacto entre las facciones contendientes. No se conocen las actividades de Múzquiz en Monterrey después de recibir el indulto.  Su reaparición pública ocurrió tras el lanzamiento del Plan de Iguala, que respaldó declarando la Independencia en Valle de Salinas, Nuevo León, pueblo donde era párroco otro de sus hermanos.  A los autores del Plan de Iguala ahora les esperaba una tarea para la que nos estaban preparados: construir una nación soberana, a su inexperiencia se sumaban las incongruencias de una alianza entre los que hasta hacía poco eran enemigos acérrimos.

  Su primera providencia  fue integrar, el 28 de septiembre de 1821, el primer día de la nueva nación, una Junta Provisional Gubernativa que delegó el poder a un Consejo de Regencia presidido por Agustín de Iturbide.  Conforme a lo previsto por el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, el 24 de febrero de 1822 se instaló el Congreso Constitucional.  Múzquiz ocupó uno de los escaños representando a la provincia ---hoy Estado--- de México. 

  En la Cámara el coahuilense dio muestras de valor e independencia de criterio frente a Iturbide.  Sin embargo, más allá de las desavenencias de los diputados, en la sesión del 14 de mayo de 1822 sometieron a discusión la propuesta de nombrara Iturbide emperador ante el vacío de poder creado por la negativa de los borbones a hacerse cargo del gobierno de México ya que en la declaración de independencia se acordó ofrecer primeramente el gobierno a alguien de la dinastía reinante en España especialmente al mismo rey Fernando VII.  Múzquiz no se opuso a la coronación de Iturbide, pero insistió que antes de dar un paso tan trascendente se consultara a las provincias.

  Iturbide conservaba la fidelidad del pueblo, y sin previa consulta a las provincias, el 18 de mayo de 1822 hubo movilizaciones populares a favor de su coronación como emperador.  Rodeado de soldados y con el populacho presionando, el Congreso cedió.  El improvisado imperio fue un desastre y Agustín I presenció la desbandada de los militares que le habían sido adictos.  En febrero de 1823 se redactó el Plan de Casa Mata liderado por el general  Antonio López de Santa Anna en el que se desconocía su mandato, y diez meses después de su coronación, el 19 de marzo de 1823, Iturbide abdicó y partió al destierro.   

  Su brillante carrera militar permitió a Melchor Múzquiz ganar la confianza de los que hoy llamaríamos líderes de opinión, plataforma de una exitosa carrera política.  Así, el 8 de septiembre de 1823 el Supremo Poder Ejecutivo de la Provincia de México (hoy Estado de México) lo designó Jefe Superior de esta, la más populosa y rica del país.  Su preocupación principal al frente del gobierno provincial consistió en conservar la tranquilidad ---amenazada por los adictos a Iturbide--- y sanear las finanzas públicas. Antes de concluir 1824, envió al Congreso el presupuesto para el año siguiente que puso las bases de la administración fiscal, enseñando con el ejemplo como deben manejarse los caudales públicos.

  En medio de la cada vez más enconada pugna masónica de yorkinos y escoceses ---entonces no se habían generado los partidos políticos y la lucha política era entre las lógias masónicas---, y terminada de una manera brusca su carrera política en el Estado de México ---a la que luego regresaría---, Múzquiz se reintegró a la milicia, más no de inmediato.  El 9 de marzo de 1827, siete días después de abandonar el gobierno debido a su negativa de integrarse a la masonería, solicitó una licencia por cuatro meses para restablecer su salud.  Volvió al servicio activo el 21 de mayo del mismo año y recibió la orden de hacerse cargo de la Jefatura de la Comandancia General de Puebla.

  Su estancia en la capital poblana sería decisiva.  Allí debió conocer a su futura esposa, Joaquina Bezares y desde la comandancia desafiaría de nueva cuenta a Lorenzo de Zavala, autor intelectual del motín de la acordada, organizado para imponer al general Vicente Guerrero en la Presidencia de la República.  Este motín y el saqueo del Parián, perpetrados el 4 de diciembre de 1828, impidieron a Gómez Pedraza ocupar la Presidencia de la República, aunque había derrotado a Guerrero en las elecciones.  Múzquiz se negó a secundar la revuelta.  Finalmente, el 9 de Enero de 1829 los yorkinos radicales nombraron Presidente a Guerrero y  Vicepresidente a Anastasio Bustamante

  Pero Guerrero no las tenía todas consigo, por segunda vez ---antes lo había hecho Nicolás Bravo con Guadalupe Victoria---, el Vicepresidente conspiraba contra el Presidente.  Los oficiales reunidos en Jalapa, foco de la censura, decidieron actuar.  El 4 de diciembre de 1829 se organizó un consejo de los jefes de tropas en Puebla y allí se lanzó el plan desconociendo al gobierno de Guerrero.  La capital cayó en manos de los sublevados y Bustamante asumió la Presidencia el 31 de diciembre en medio de un avispero, con los soliviantados texanos en plena efervescencia separatista y Santa Anna aguardando la oportunidad de asaltar el poder.

  Gracias al triunfo de la revuelta, Múzquiz pudo regresar al gobierno del Estado de México en abril de 1830, en medio de una situación comprometida.  Restablecer la tranquilidad se convirtió en su prioridad; lograr la paz le trajo aplausos de los mexiquenses pero también una feroz campaña de prensa en la capital del país.  Su probidad y sus dotes de administrador le permitieron dejar en la Tesorería del Estado un millón de pesos, suma cuantiosísima en aquellos años.

  Los levantamientos se sucedían y Santa Anna ya estaba con las armas en la mano.  Acorralado, Bustamante solicitó licencia para mandar personalmente al ejército en su lucha contra la revuelta de Santa Anna.  Ante esta coyuntura tan conflictiva, el 7 de agosto de 1832 la Cámara de Diputados declaró Presidente Interino al general Melchor Múzquiz.  Aquello se asemejaba más a un castigo que a un premio.  Al asumir la Presidencia rechazó el ascenso a general de división decretado por su antecesor.

  Mientras Múzquiz trataba de reorganizar el gobierno Bustamante y Santa Anna se alternaban los triunfos y las derrotas hasta que éste pudo tomar la ciudad de puebla.  La ciudad de México estaba a su merced.  El Presidente Múzquiz intento inútilmente buscar una salida política al conflicto, pero la insurrección se extendía.  La capital estaba en estado de sitio, la situación era terrible, faltaban alimentos e incluso agua, pues los sitiadores habían cegado el acueducto que la abastecía.

  La revolución terminó con un arreglo: Bustamante y Santa Anna firmaron Los Convenios de Zavaleta ---nombre de la hacienda en que se firmaron dichos convenios---y acordaron que Gómez Pedraza ocupara la Presidencia de la República, desplazando al Presidente Múzquiz prácticamente sin previo aviso abandonando éste el Palacio Nacional el 24 de diciembre de 1832:  el máximo honor a que puede aspirar un mexicano se había transformado para él en un calvario plagado de penalidades.

  Conforme a los Convenios, el no adherirse al movimiento lo condenaba a ser expulsado del ejército.  Fue degradado y desterrado a Padilla, Tamaulipas, el pueblo en que había sido fusilado Iturbide, pero en 1835 el Presidente Santa Anna declaró nulos los acuerdos de Zavaleta y le restituyó su grado militar.  Así principió una etapa de relativa tranquilidad en la existencia del hijo de Santa Rosa.  Fue miembro del Supremo Poder Conservador, creado por las “Siete Leyes” del nuevo régimen centralista, para mediar en los conflictos entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, pero que resultó inútil en la práctica.

  El 20 de diciembre de 1841 Melchor Múzquiz recibió el ascenso a General de División, pero sus apariciones en la escena pública fueron cada vez más aisladas, ya que se mantuvo fuera de los reflectores y de la mira de los periódicos.  Sus contemporáneos afirmaban que cuando opinaba de los asuntos públicos en sentido contrario al partido en el poder hacía las maletas, dispuesto a partir al exilio, lo que nunca sucedió.  A pesar de su destacada participación en la guerra de Independencia y de haber sido un ejemplo de honestidad único en la historia de la nación, como gobernador y presidente, el General Melchor Múzquiz es poco reconocido en México.

  El General Melchor Múzquiz murió en su casa de la Calle del Esclavo, hoy República de Chile, esquina con Donceles, el 14 de diciembre de 1844.  En sus funerales se le rindieron los honores correspondientes a su grado y en agradecimiento a los servicios que prestó a la Patria; honores presididos por el Presidente José Joaquín Herrera.  Fue sepultado en el Panteón de Santa Paula ---ya desaparecido--- y sus restos se perdieron para siempre.  Murió pobre y modestamente como había vivido.  Carlos María de Bustamante, el cronista de la Independencia, dedicó a la memoria del Coahuilense una frase que bien podría servirle de epitafio: “Tarde o temprano la virtud del bueno es respetada, y su memoria aplaudida”.

        

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