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FORJADORES DE MÉXICO: JOSÉ MARÍA MORELOS Y PAVÓN



Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador


  En Valladolid de Michoacán, hoy Morelia, nació José María Morelos y Pavón el 30 de septiembre de 1765.  Michoacán era entonces el “Jardín de la Nueva España, y Valladolid, una pequeña y hermosa ciudad que destacaba por su catedral, donde llegaban los diezmos del extenso obispado.  El padre de Morelos, llamado Manuel y originario de la hacienda de Zindurio, inmediata a Valladolid, ejercía el oficio de carpintero, y su madre, Juana María Guadalupe Pérez Pavón, hija de un maestro de primeras letras, había nacido en Querétaro.  Tuvo Morelos un hermano mayor, Nicolás, y dos hermanas menores, María Antonia y Juana María Vicenta, quien murió en la infancia, José María aprendió a leer y escribir en la escuela de su abuelo José Antonio.

  Su madre se disgustó gravemente con su padre al grado que éste partió a San Luis Potosí en compañía de Nicolás y se ausentó del hogar por varios años.  La economía familiar se redujo hasta la pobreza y José María, a pesar de la inclinación que manifestaba por el estudio, a los catorce años tuvo que dejar la ciudad y trabajar, al noreste de Apatzingán, en la hacienda de San Rafael Tahuejo, propiedad de un primo de su padre, Felipe Morelos.

  Los estudios de José María, aunque escasos, estaban bien asimilados y eran mayores que los de su tío Felipe.  Por tal motivo pronto se convirtió en el contador de unidad agrícola, así como el escribano de recibos y remesas.  También se aficionó a la ganadería, y andando en ello, al perseguir un toro se rompió la nariz.  A tales actividades añadió otra, la arriería.  El tío Felipe tenía una recua y José María terminó aprendiendo bien el oficio, los arrieros eran los transportistas de la época.  En ese quehacer de arriero viajó hasta la ciudad de México y otros puntos del país.  En conclusión, en los campos de Michoacán y en los caminos de Nueva España creció su ingenio y su sabiduría de la vida.

  Pero José María no desistía de la ilusión de estudiar.  Los libros le seguían atrayendo y además quería ser líder de comunidades, enfrentarse al misterio del altar y tener el reconocimiento de los pueblos.  Con tales ambiciones, en ratos libres se ponía a estudiar una gramática latina que se había llevado a Tahuejo; así pasaron once años.

  A fines de 1789 José María se inscribió en el colegio de San Nicolás de Valladolid donde estudió latín durante dos años con el maestro peninsular  don Jacinto Moreno, quien al término de esos estudios se expresó de José María en términos elogiosos a tal grado que por su disciplina, capacidad de liderazgo y aprovechamiento fue recomendado muy especialmente al rector del colegio de San Nicolás, que lo era entonces don Miguel Hidalgo y Costilla.

  Por fin tuvo acceso a la Teología, la cultura específicamente eclesiástica.  Esta se dividía en dos:  la dogmática y la moral.  Morelos se inscribió en ambas en el Seminario Tridentino de Valladolid, pero prosiguió únicamente la moral, cuyos créditos mínimos podrían cubrirse en algo más de dos años.  Así podría pronto ordenarse sacerdote y tener recursos para ayudar a su madre y a su hermana.  Desde luego ingresó al estado clerical recibiendo la primera tonsura (coronilla que se rasuraba en la cabeza de los clérigos, suprimida en 1972)

  Por fin, el 21 de diciembre de 1797 se arrodillaba frente a su obispo Antonio de San Miguel para recibir la unción sacerdotal.  Junto con él también se ordenó Sixto Verduzco, otro futuro líder de la insurgencia.   Un mes después, aproximadamente, el obispo de Valladolid, Antonio de San Miguel, le dio el cargo de cura interino de Churumuco, su madre y su hermana Antonia se fueron a vivir a su modesta casa parroquial.

  En abril de 1799, después del fallecimiento de su madre ocurrido tres meses antes, se encargó del curato de San Agustín Carácuaro y de Nocupétaro, dos pueblos tarascos miserables de pocos y pobres habitantes.  Como sus ingresos eran mínimos, realizó algunas transacciones comerciales para poder construir una pequeña casa en Valladolid, para que la ocupara su hermana.

  El 15 de mayo de 1803 nació en Carácuaro su primogénito Juan Nepomuceno Almonte, su madre fue Brígida Almonte con quien tuvo amoríos y quien le dio también una hija llamada Guadalupe Almonte.  Brígida murió al parecer en 1810 y Morelos afrontó la responsabilidad de procurar su crianza y educación, pero no dejaron de pesarle las reservas a que estaba obligado por el celibato sacerdotal que había prometido guardar y por lo mismo no les dio su apellido.

  A pesar de que vivía en ese pequeño poblado, recibía noticias del descontento popular en la Nueva España y observaba con ira creciente la injusticia social que le rodeaba.  En realidad sentía un viejo cariño por los desposeídos y los humildes, y en general por los indígenas.

  En marzo de 1808, ante la inminente conquista de España por el ejército francés de Napoleón Bonaparte, el rey Carlos IV abdicó en favor de su hijo Fernando VII, pero en la ciudad francesa de Bayona, donde Napoleón los tenía prisioneros, éste obligó al monarca español a abdicar a favor de su hermano José Bonaparte.  Por esto y otros tantos acontecimientos, el 2 de mayo el pueblo español se levantó contra la dominación francesa.

  A principios de octubre de 1810 llegó a Carácuaro el rumor de que el cura de Dolores había levantado pueblos en armas contra el mal gobierno.  Morelos se preguntaba si sería este el camino que esperaba cuando llegó una circular del obispo de Valladolid, monseñor Manuel Abad y Queipo, en la cual declaraba que Hidalgo y sus seguidores habían incurrido en excomunión y aunque Morelos sabía que el obispo carecía de atribuciones para lanzar excomuniones por ser hijo natural, su sentido de la disciplina lo obligó, aunque con ciertas reservas, a publicar el edicto de excomunión en su parroquia.  Ante esos acontecimientos Morelos se decidió a secundar el movimiento de Hidalgo y  el 19 de octubre montó en su cabalgadura en busca de su antiguo y sabio rector.

  En el camino Morelos se fue enterando de la campaña de Hidalgo; escuchó que los pueblos lo seguían en masa y que tenía como bandera la Virgen de Guadalupe.  En Valladolid supo que Hidalgo en su movimiento iba con rumbo a la ciudad de México y, presuroso Morelos le dio alcance en Charo.  De ahí hasta Indaparapeo, donde comieron juntos, conversaron Hidalgo y Morelos.

  La convicción del cura de Carácuaro por la independencia era tan profunda que se desbordaba más allá de su oficio y más aún de la famosa entrevista.  Ambos conocían el “itinerario para párrocos de indios”, donde se dice que los clérigos pueden lícitamente tomar las armas cuando hay alguna grave necesidad en utilidad grande de la nación.

  Morelos le ofreció a Hidalgo servirle como capellán del ejército y marchar con el a la ciudad de México, pero Hidalgo lo convenció para tomar las armas y levantara tropas en el sur del país y tomar puntos estratégicos como el puerto de Acapulco, donde llegaban mercancías en la llamada “Nao de la China”, procedente de las Filipinas, que también estaban dominadas por España.

  Para que quedara asentado su nombramiento, el Capitán General de América don Miguel Hidalgo y Costilla, extendió un documento con el siguiente texto “Por el siguiente comisiono en toda forma a mi lugarteniente el Pr. D. José María Morelos, cura de Carácuaro, para que en la costa sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado”.

  Dicho nombramiento se lo presentó a don Ramón Aguilar, gobernador del obispado, de la mitra de Valladolid al solicitarle permiso para abandonar el cargo en Carácuaro;  Pusieron en su lugar a don José María Méndez.  Por fortuna para Morelos, los funcionarios eclesiásticos a los que acudí simpatizaban con la causa de la independencia.

  Con 25 hombres que pudo reunir en la demarcación de su curato con algunas escopetas y lanzas que mandó hacer emprendió la marcha hacía la costa, era el 25 de octubre de 1810.  Arribó a Huetamo, donde aumentó su tropa a 350 hombres.  La primordial preocupación de Morelos era conseguir armas y tropa disciplinada, recursos que logró aumentar en Petatlán y en Tecpan donde conoció a los hermanos Galeana: Hermenegildo, Juan José y Fermín, que eran hacendados y que prefirieron unirse a la insurrección que permanecer con las comodidades a las que estaban acostumbrados.  Los hermanos Galeana siempre le manifestaron a Morelos admiración y lealtad, principalmente Hermenegildo que le salvó la vida en más de una ocasión; Morelos lo consideró siempre uno de sus brazos.

  Los Galeana aportaron pertrechos, caballos, 700 hombres y un cañón pequeño que apodaban “El Niño” y que fue la primera pieza del Ejército del Sur.  Por desgracia no todo iba bien dentro del movimiento pues el 7 de noviembre (estamos todavía en 1810), Hidalgo y Allende sufrían una derrota en el poblado de Aculco, por parte del brigadier Félix María Calleja.

  Dejando bien fortificado el pueblo de Tecpan Morelos marchó junto con los dos mil hombres de su ejército y con ayuda de los Galeana y los oficiales Cortés, Ávila y Valdovinos llegamos a San Jerónimo  y de ahí a Coyuca de Benítez, ambas pertenecientes a la Costa Grande, donde en Pie de la Cuesta nos reunimos con la gente de Atoyac.

  Se ordenó a Cortés y Valdovinos se posesionaran del Cerro del Veladero en el que se domina Acapulco.  El 13 de noviembre combatieron al frente de 700 hombres hasta vencer a los 400 realistas del español Luis Calatayud.  Cn esta victoria se pudo capturar y fortificar el cerro del Aguacatillo, Las Cruces, El Marqués, La Cuesta y San Marcos para establecer el cerco a Acapulco.

  Cuando el virrey se enteró de estos acontecimientos, envió a la brigada de Oaxaca, que se encontraba resguardando esa región, para detenerlos.  Eran 1500 hombres bien armados, bajo las órdenes del capitán Francisco Paris.

  El capitán español dividió su ejército en tres grupos: el primero al mando de José Sánchez Pareja derrotaron el 1º de diciembre a la tropa de Valdovinos en Arroyo Moledor.  El segundo grupo fue derrotado por la fuerza de Ávila junto con la gente de El Veladero en Llano Grande y en Paso Real de La Sabana.  Finalmente Morelos se enfrentó el 4 de enero de 1811 con el resto del ejército de Paris derrotándolo completamente y dejando en el campo 5 cañones, 700 fusiles y 52 cajones de parque, además de víveres y otros pertrechos.

  Después de tales acontecimientos victoriosos Morelos y sus tropas se prepararon para atacar el Fuerte de San Diego que contaba con buena artillería y con una excelente guarnición y abastecido por mar.  Confiando en la palabra del teniente de artillería José Gago, que ofreció ayuda para tomar el fuerte de San Diego para el 8 de febrero, los traicionó en medio del combate dejando a la gente de Morelos entre dos fuegos y obligándolo a ordenar la retirada que con ayuda de los Galeana se logró hacerlo con todo orden para que no fueran tan grandes las perdidas.

  Morelos permaneció cerca de seis meses frente a Acapulco, sin lograr que la plaza, magníficamente artillada y armada, se le rindiera.  A principios de mayo siguiente optó por suspender el ataque y marchó al norte, donde esperaba correr con mejor fortuna.  Sólo dejó en Acapulco una pequeña fuerza manteniendo el sitio.  Durante los siguientes días ocupó varias aldeas de lo que es hoy el Estado de Guerrero: Chilpancingo, el 24 de mayo; Tixtla, el 26.  El 15 de agosto fue atacado por una columna enemiga y tras derrotarla ocupó el pueblo de Chilapa.

  En Chilapa se le incorporaron un grupo de hombres de la comarca esperando la ocasión de sumarse a alguna partida insurgente: los hermanos Leonardo, Miguel, Victor y Máximo Bravo, y un hijo de Leonardo llamado Nicolás.  También por esos días se le unieron el corpulento Vicente Guerrero y el angloamericano Peter Ellis Bean, éste último un auxiliar invaluable por conocer el secreto de fabricar pólvora con el cual montó una pequeña fábrica en Chilpancingo.

  El júbilo de Morelos por sus pequeños triunfos quedó empañado por la noticia del fusilamiento de Hidalgo, Allende y demás próceres, la que recibió en secreto y a nadie comunicó por temor a que cundieran el desánimo y las deserciones.  En medio de su soledad, tal vez hasta se alegró que apareciera en escena  el licenciado Ignacio López Rayón.

  En Saltillo, mientras Hidalgo y demás jefes insurgentes se dirigían con rumbo a los Estados Unidos, el licenciado Rayón, quien había sido secretario de Hidalgo, recibió de Allende el mando de los tres mil hombres que quedaban del ejército rebelde y la orden de volver al sur por el camino a Zacatecas, en un intento de mantener viva la sublevación.  Tras eludir las tropas realistas que lo acosaban en el trayecto, Rayón logró establecer una base de operaciones en su terruño de Zitácuaro, Michoacán, y se declaró heredero legítimo de la jefatura insurgente.

  Al término de su primera campaña, Morelos recibió una convocatoria del licenciado Rayón que lo invitaba a participar en la votación para elegir a los miembros de la Suprema Junta Nacional Gubernativa.  Se trataba de crear un organismo que coordinara a los insurgentes, ya que después de la muerte de Hidalgo y Allende habían quedado dispersos y sin mando superior. Morelos contestó aceptando la iniciativa y nombraba a don Sixto Verduzco, su antiguo compañero, para que votara en su nombre ya que él se encontraba ocupado en los asuntos de la insurgencia.

  La Suprema Junta Nacional se instaló el 21 de agosto de 1811 con Ignacio López Rayón como Presidente.  Después de que Morelos se entero de la instalación de la Junta, manifestó su entusiasta conformidad, “resuelto a perder la vida por sostener la existencia y la autoridad de la Suprema Junta”.  La Junta se mantuvo en Zitácuaro por más de cuatro meses en que rechazó varios ataques, pero ante la llegada de un numeroso ejército realista, se retiró a Sultepec.

  Habiendo salido de Chilapa, el ejército de Morelos entró en Tlapa y tomó Chiautla.  Hermenegildo Galeana se apoderó de Taxco y Morelos de Izúcar y Cuautla.  En esos afanes andaba, cuando recibió dos adhesiones importantes:  un cura intelectual, José Manuel Herrera, y un cura de talento militar, Mariano Matamoros.  Pero al conocer los apuros de la Suprema Junta puesta en fuga por el realista Calleja, Morelos, a pesar de hallarse enfermo, se puso en camino para auxiliarla.  Vencieron en Tenancingo, pero al no poder resistir ahí, se dirige a Cuernavaca y de ahí a Cuautla, con la idea de reunir sus tropas para atacar Puebla o quizá la ciudad de México.

  Por un momento, la alianza con Rayón había resultado provechosa para Morelos, pues el jefe de la Junta fue considerado por las autoridades virreinales como el enemigo más peligroso y todos sus esfuerzos se concentraron en destruirlo.  Morelos tuvo así mayor libertad de movimientos.  Mientras tanto, Zitácuaro era atacado por cinco mil realistas al mando de Félix María Calleja.  Tras oponer breve resistencia Rayón huyó hacia la sierra abandonando la ciudad, que fue destruida e incendiada.

  Entonces, eliminado prácticamente Rayón, Morelos pasó a ser el enemigo más peligroso del régimen virreinal. Esto determinó que Calleja se dispusiera a atacarlo con los mejores 5,000 hombres de su ejército; Calleja poseía asimismo nuevo y mejor armamento. El contingente de Morelos sumaba 4,500 hombres, mestizos y negros costeños en su mayoría, y sólo disponía de pocos fusiles y cuatro cañones pequeños; su recurso más valioso era la plana mayor: Hermenegildo Galeana, Nicolás, Victor y Leonardo Bravo, así como el cura Mariano Matamoros quien comenzaba ya a distinguirse como militar.

  A las 7:30 de la mañana del 19 de febrero de 1812 los realistas iniciaron el ataque a Cuautla.  Pensando que triunfaría en unas cuantas horas, Calleja ni siquiera se tomó la molestia de bajar de su carruaje.  Pero Morelos había mandado reforzar las defensas de la ciudad, abrió trincheras, acumuló provisiones y anunció que mandaría fusilar a todo el que hablara de rendición.

  Fracasado el asalto inicial, Calleja puso sitio a la ciudad con la esperanza de rendirla por hambre.  Recibió municiones y un gran refuerzo de varios miles de hombres, pero los defensores no se rendían.  El sitio se prolongó durante 72 días.  En Cuautla no solamente se agotaron las provisiones sino también las ratas, los gatos y las lagartijas que devoraban los hambrientos defensores.  Lejos de capitular, Morelos organizaba fiestas y bailes a la vista de los sitiadores, para mofarse de ellos e infundir ánimos a sus hombres.

  Los realistas fueron diezmados por una epidemia de disentería y menudearon las deserciones.  Durante la última semana de abril, Calleja comprendió que su situación era insostenible y escribió al virrey una histórica carta en la que le comunicaba su propósito de levantar el sitio.  Paradójicamente, esa misma noche Morelos se convenció de la imposibilidad de seguir resistiendo.  El hambre y las enfermedades le habían causado estragos terribles y decidió evacuar la plaza.

A las dos de la mañana del 2 de mayo se inició la evacuación.  A la vanguardia marchaba Galeana con un millar de hombres.  Morelos y los Bravo iban al centro con 250 de caballería y varios escuadrones de gente armada de lanzas.  En la retaguardia, mandada por un capitán apellidado Anzures, salió la escasa artillería y algunos centenares de infantes.

  La operación fue tan silenciosa que los realistas tardaron más de dos horas en darse cuenta de que la presa se les escapaba.  Al cabo atacaron violentamente y persiguieron a los fugitivos a lo largo de veinte kilómetros, dejando el camino regado de cadáveres, no todos insurgentes: debido a la tremenda confusión que se produjo en la obscuridad, los realistas dispararon en ocasiones contra sus propios compañeros.  Morelos llegó a Izúcar con dos costillas rotas, pero vivo.  Con excepción de Leonardo Bravo, segundo de Morelos en el mando, quien cayó prisionero y fusilado, toda la plana mayor había logrado salvarse.

  Morelos abandono Izúcar para marchar rumbo a Chiautla, donde permaneció dos meses restableciéndose y renovando sus cuadros.  Sólo por habérsele escapado al más temible de los jefes realistas, la gente del común lo consideraba victorioso.  Pronto volvió a la lucha para anotarse una espectacular serie de victorias y apoderarse de Huajuapan, Oax.; Tehuacán, Pue.; Orizaba, Ver.; y muchos pueblos comarcanos, lo que le permitió obtener rico botín y entorpecer las comunicaciones entre México y Veracruz La mañana del 25 de noviembre Morelos atacó Oaxaca y tras medio día de lucha ocupó la plaza, mientras la guarnición realista huía abandonando sobre el terreno gran cantidad de armas y municiones.

  Con esto, exceptuando Acapulco, que continuaba sitiado, los insurgentes controlaban todo el litoral novohispano del Pacífico desde los límites de Guatemala hasta Colima.  La totalidad de las provincias de Oaxaca, Michoacán y lo que hoy es Guerrero estaban en su poder, así como partes de Puebla y los valles de Cuernavaca, Cuautla y Toluca.  La situación era inmejorable para establecer una base portuaria en el Golfo, recibir allí armas del extranjero y, una vez reforzado, lanzarse sobre la ciudad de Puebla y luego sobre la capital del virreinato. En esos días algún adulador puso en circulación la patraña, que todavía repiten algunos maestros desorientados, de que Napoleón había dicho:  ---“Con dos generales como Morelos, dominaría al mundo”.

  Morelos, decidido a tomar el puerto de Acapulco, se presentó el 6 de abril de 1813, con mil quinientos hombres y después de algunos combates en la ciudad, se dio el asalto general el 12 de abril, tras el cual la ciudad cayó en poder de los insurgentes.  Entonces se emprendió el sitio al fuerte de San diego donde se atrincheraron las fuerzas restantes de los defensores del puerto.  Entre los varios combates que se dieron antes de rendirse la fortaleza, es digno de reconocerse la sorpresa de la isla de La Roqueta por Galeana; y la toma de un barco que llegaba en auxilio de los sitiados.  Después de esto, la guarnición del castillo decidió capitular, concediéndoseles todos los honores de guerra.  El 20 de agosto ocuparon los insurgentes la fortaleza, cayendo en su poder una gran cantidad de armas, municiones y gran cúmulo de víveres.  Con la toma de Acapulco, quedó limpia de fuerzas realistas, toda la Intendencia de Oaxaca.

  La Junta de Zitácuaro, debido a las disensiones de sus miembros, había acabado por no ser obedecida por nadie.  Entonces Morelos, que comprendía que era indispensable que la revolución tuviera un centro  de gobierno, decidió crear uno con prestigio bastante para imponerse. 

  Rayón había presentado a Morelos un proyecto de constitución muy parecido a la española de 1812, en que se reconocía aún como soberano a Fernando VII.  Esta no fue del agrado de Morelos que quería una América mexicana libre y soberana sin ninguna injerencia de modelos extranjeros, decidiendo entonces reunir un Congreso nacional en Chilpancingo, y, de acuerdo con varios caudillos, se procedió a la elección de diputados en los lugares que ocupaban los insurgentes, reservándose el mismo Morelos el derecho de nombrar a los de las provincias ocupadas por los realistas.

  El 14 de septiembre de 1813, se instaló solemnemente el Congreso, dando lectura ante él, el secretario de Morelos sr. Rosainz, a un escrito de él titulado “Sentimientos de la Nación”, que es un verdadero programa político.  En el se propone la absoluta independencia de la nación; que se declare la religión católica, apostólica, romana, como única; que se paguen a sus ministros los diezmos, suprimiéndose las obvenciones parroquiales; que se establezca la división de los poderes en legislativo, ejecutivo y judicial; que sean los nacionales los que ocupen los puestos públicos; que se suprima por completo la esclavitud y la distinción de castas; que se dicten leyes que moderen la opulencia y acaben con la pobreza; que se declare inviolable el domicilio; que se supriman la tortura, las alcabalas, los estancos y el tributo, no dejando sino un 10% sobre importaciones, y que con él y con las confiscaciones de los bienes de los españoles, se cubran los gastos de la nación.

  Una vez instalado, el Congreso eligió generalísimo y encargado del poder ejecutivo, al mismo Morelos, dándole el tratamiento de “Alteza serenísima”; per él, por modestia, los substituyó con el de “Siervo de la Nación”.  El primer asunto de que se ocupó el Congreso, fue redactar el Acta de Independencia, suprimiendo el nombre de Fernando VII en todos los documentos oficiales, y declarando rota y disuelta la dependencia del trono español.

  Después de los anteriores acontecimientos, creyó Morelos factible tomar a Valladolid, y una vez llevado a efecto ese plan, invadir Guadalajara, Guanajuato y San Luis Potosí.  Sin comunicar a nadie sus proyectos, hizo concentración de todas sus fuerzas, y marchó contra Valladolid: pero los curas de varias poblaciones denunciaron sus movimientos a Calleja y éste formó el ejército del norte, que situó en Acámbaro, al mando de los jefes Llano e Iturbide.

  Morelos se presentó ante Valladolid, con una fuerza de seis mil hombres y treinta cañones, el 22 de diciembre de 1813.  La plaza defendida por mil hombres hubiera  caído fácilmente en su poder, a no ser por el oportuno auxilio que le prestara el referido ejército del norte.  Cogidas de improviso las fuerzas de Morelos entre dos fuegos, tuvieron que retirarse con grandes pérdidas  pereciendo en el combate setecientos hombres, y quedando en poder de los realistas doscientos treinta prisioneros, que fueron inhumanamente fusilados.

  El generalísimo Morelos marchó a Chupío, donde reunió a los dispersos, y  de ahí fue a Puruarán, donde se fortificó, dejando la mayor parte de sus fuerzas en ese lugar, al mando de don Mariano Matamoros,  Los realistas se presentaron de allí a poco, mandado por  Llano, y el 5 de enero se dio una batalla en que los insurgentes fueron derrotados por completo, cayendo en poder del enemigo el mismo Matamoros, quien fue fusilado el 3 de enero de 1814 en Valladolid.

  Terrible impresión causó en Morelos la muerte de este caudillo, que había sido uno de sus más ameritados y útiles auxiliares.  Morelos entonces cometió el error de abandonar el mando político, reservándose sólo el militar, cuando era más necesaria la unificación de ambos, dejando, además, que el Congreso ordenara la campaña.  Entre tanto Calleja, libre de cuidados, ordenaba una expedición a Oaxaca, hacía invadir la costa de Sotavento, Tehuantepec, la Costa Chica y parte de la Mixteca y por otro lado, los realistas de don Melchor Álvarez, acababan por tomar la ciudad de Oaxaca, sin resistencia, el29 de marzo de 1814.

  Morelos, después de su excursión a Valladolid se retiró al cerro del Veladero; pero perseguido activamente por el realista Armijo, marchó a Tecpan, yendo luego a  Zacatula, donde ordenó se fusilara a todos los prisioneros españoles que allí había, en represalia de las ejecuciones ordenadas por los realistas; Luego fue a reunirse con el Congreso.  El 27 de junio, otro de los grandes capitanes de Morelos, don Hermenegildo Galeana, moría combatiendo cerca de Coyuca, y al saberlo Morelos y recordando a Matamoros, se dice que exclamó:  “¡Se acabaron mis brazos!. . . ¡ya no soy nada!”.

  Derrotados los más notables caudillos insurgentes, el principal objeto de Calleja, es aniquilar al Congreso, destacando en su persecución fuerzas considerables a las órdenes de Armijo.  De Uruapan se traslada el Congreso a Apatzingán, y allí promulga al fin la Constitución, que había ido confeccionando en medio de las persecuciones, el 22 de octubre de 1814.  Constitución por entonces inútil, ya que no había quien la obedeciera; pero que muestra las tendencias netamente democráticas de sus autores.  Dicha Constitución, titulada “Decreto Constitucional para la libertad de la América mexicana” (Constitución de Apatzingán) tenía grandes semejanzas con los postulados de Morelos vertidos en el documento :”Sentimientos de la Nación”, pero el poder ejecutivo se depositaba en un triunvirato, cuyos miembros se turnaban cada año.

  El coronel realista Agustín de Iturbide, de acuerdo con el virrey Calleja, se había propuesto perseguir al Congreso y apresar a sus miembros.  Este se encontraba en Uruapan, pero no considerándose seguro en ese lugar decidió trasladarse a Tehuacán y comisionó a Morelos para la ejecución de ese proyecto absurdo, en que era preciso recorrer ciento cincuenta leguas (900 kilómetros) atravesando un territorio ocupado en gran parte por el enemigo.

  Morelos ordenó que varias partidas procuraran distraer al enemigo aunque sus indisciplinados jefes no obedecieron la mayoría, y confiando en ello el generalísimo, el Congreso y el Tribunal, se pusieron em marcha el 29 de septiembre de 1815, dirigiéndose primero a Huétamo, y siguiendo luego por las riberas del río Mezcala hasta detenerse en Tesmalaca  el 3 de noviembre del mismo año.  El virrey, por medio de sus espías, supo del paradero de Morelos y el Congreso y comisionó al realista Manuel de la Concha para que se dirigiera con premura a ese lugar.

  Salían los insurgentes de Tesmalaca, cuando fueron atacados por los realistas y el encuentro fue inevitable.  Morelos pudo haber escapado, pero procuró, ante todo, poner a salvo al Congreso que él mismo había creado, y se preparó a resistir.  El combate se convirtió en sangrienta derrota para los insurgentes; pero el Congreso pudo salvarse.  Morelos entonces se vio obligado a huir a pie, cuando fue alcanzado por una partida realista mandada por Matías Carranco, soldado desertor que había militado a sus órdenes, y fue aprehendido.

  El virrey Calleja ordenó que se le condujera a México para juzgarlo, y ejecutada tal orden, se comenzó a instruir el proceso por las jurisdicciones real y eclesiástica unidas.  En todo se condujo el acusado con gran entereza y veracidad, sin flaquear un solo instante.  Dijo que al huir Fernando VII a Francia, la Nueva España había recobrado su libertad, y los américanos, al levantarse en armas, sólo habían ejecutado un derecho; que no consideraba válidas las excomuniones, ni de los obispos, ni de la inquisición; y que las muertes, destrucción de propiedades y ruina del país, de que se le hacía cargo, eran los efectos naturales de toda revolución.

  Después pasó la causa a la jurisdicción eclesiástica, que lo sentenció a todo oficio y beneficio, y a la degradación sacerdotal.  El Tribunal de la Inquisición, que acababa de restablecerse, citó entonces a Morelos para auto de fe, el 27 de noviembre.  Finalmente, aquel desprestigiado tribunal falló que Morelos era “hereje formal, cismático, apóstata, lascivo, y enemigo irreconciliable del cristianismo”.  Aún mandó el virrey practicar nuevas diligencias por la jurisdicción militar, pasándose el reo de las cárceles de la inquisición a la Ciudadela.  Después de ellas se le condenó a muerte, ejecutándose la sentencia en San Cristóbal Ecatepec, el 22 de diciembre de 1815, a las tres de la tarde.  En los momentos de ser fusilado, pronunció estas palabras a un crucifijo que tenía en las manos:  “Señor, si he obrado bien tu lo sabes, y si mal yo me acojo a tu infinita misericordia”.

Así terminó su vida aquel hombre extraordinario, tan grande capitán como profundo estadista, que fue de todos los caudillos insurgentes, quien más hondo penetró las profundas causas de los males de su pueblo.  Fue un precursor del socialismo, cuando aún hasta la palabra era desconocida.

       

 

 

 

 

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