Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador
Sacerdote y caudillo insurgente nació en el rancho de San Vicente, dependencia de la Hacienda de Corralejo, municipalidad de Pénjamo en el hoy Estado de Guanajuato el día 8 de mayo de 1753 y le pusieron por nombre Miguel Gregorio Antonio siendo sus padres don Cristóbal Hidalgo y doña Ana María Gallaga. Fue bautizado en la Capilla de Cuitzeo de los Naranjos a los 8 días de nacido. Su madre murió cuando contaba con nueve años, y su padre, después de año y medio de viudez, casó con doña Rita Peredo y estableció con ella un nuevo hogar.
Al cumplir los doce años, después de haber concluido los estudios de sus primeras letras, realizadas en su propia casa, fue enviado junto con su hermano José Joaquín a Valladolid, capital de la provincia de Michoacán, a estudiar en el Colegio de San Francisco Javier, que estaba a cargo de los jesuitas. Al concluir su primer curso de gramática latina realizó su primera oposición pública. Un año más tarde, en 1766, estudió retórica y presentó su segunda prueba, misma que consistía en ocho oraciones de Cicerón, tres libros de Virgilio y el texto de retórica del padre Pomes.
Al ser expulsados los jesuitas de España y de todas sus colonias en 1767, Miguel y su hermano Joaquín tuvieron que interrumpir sus estudios y se vieron obligados a regresar a Corralejo. Después de varios meses de indecisión, su padre decidió finalmente inscribirlos en el famoso Colegio de San Nicolás. El colegio había sido fundado en 1547 por don Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España. En este sitio Miguel realizó estudios de arte y filosofía; siendo alumno sustentó cursos y conferencias, presentó oposición para la catedra de lógica y pronto se fue distinguiendo como uno de los mejores alumnos de la institución, de forma que aún antes de terminado el programa de estudios, que duraba tres años, a principios de 1770, alcanzó el grado de Bachiller en Artes.
Para adquirir la certificación correspondiente, Miguel y su hermano viajaron a la ciudad de México, donde el 30 de marzo, compareció en el aula mayor de la Real Y Pontificia Universidad, para ser examinado. Después de los argumentos de rigor y las réplicas de los examinadores, fue aprobado por unanimidad y pronunció en latín el juramento procedente. Más adelante aprendí el idioma francés y gracias al contacto que tuve con los trabajadores de la hacienda durante mi infancia, la mayoría de ellos indígenas, aprendí muchas de las lenguas indígenas que se hablaban en la Nueva España, como el otomí, el náhuatl y el purépecha. A principios de 1774, miguel decidió hacerse sacerdote, razón por lo cual inició los estudios canónicos. Cumplidos los trámites de rigor y los exámenes correspondientes, recibió las órdenes mayores; Tenía 25 años recién cumplidos. Posteriormente, ejerció su ministerio en el curato de Dolores, después de haberlo hecho en varios otros curatos.
Tenía Miguel 31 años cuando escribió una disertación llamada “Disertación sobre el verdadero método de enseñar Teología Escolástica” en un ambiente intelectual, dominado todavía por la escolástica. No cabe duda que Miguel ya estaba bajo la influencia de la ilustración vigente en Europa, y la variante humanista que había aprendido de los jesuitas. Por una parte su pensamiento renovador le atrajo no pocos enemigos, pero por otra le permitió lograr la estimación y el respeto de eclesiásticos y de alumnos influidos, igual que el, por las nuevas ideas.
Cuando terminó sus estudios en el Colegio de San Nicolás, llegó a desempeñas diversos puestos. A principios de 1787 fue nombrado tesorero y maestro. Poco después recibió el cargo de Vicerrector y secretario al mismo tiempo, lo que no impidió que continuara impartiendo la cátedra de teología. Un año después se le otorgó la Sacristía Mayor de Santa Clara del Cobre, sin separarse del colegio. Poco más tarde fue designado para impartir la cátedra de moral. En 1790 fue nombrado finalmente Rector de la mencionada institución. Este cargo lo ocupó sin dejar de percibir los beneficios de mi beca de estudiante y de servir los puestos de tesorero, y de profesor de teología y moral.
El tiempo que estuvo Miguel como rector se tradujo en reformas trascendentales para el Colegio San Nicolás, no sólo en el sentido académico, sino en el mejoramiento de la calidad de vida de los alumnos, además de que se vivía un ambiente disciplinario más relajado, por lo que se gano la consideración y el afecto de todos. Todo lo anterior fue alimento para que sus detractores, pudieran juzgarlo libremente.
Fue justo a causa del prestigio inusitado que adquirió la institución, que no tardó en producirse una fuerte oposición entre los maestros y jerarcas de la iglesia de la vieja escuela, quienes fácilmente lograron retirarlo de su cargo y que fuera enviado a servir al curato de la ciudad de Colima, por lo que tuvo que abandonar la ciudad en que había vivido más de un cuarto de siglo y el colegio, que había sido mi segundo hogar.
Con el paso del tiempo, no faltó quien lo nombrara como un auténtico representante de la “Ilustración Mexicana”, pues estaba influido por el espíritu de los enciclopedistas franceses. Tenemos que señalar aquí que las ideas de cambio, transformación e independencia de la sociedad que sosteníamos muchos de los intelectuales criollos de México, no eran sino la secuela, de acuerdo a la lógica de la historia mundial, de la gran revolución democrática que se iniciara en Inglaterra, que continuó en los Estados Unidos de América y que llegó a su clímax con la Revolución Francesa.
En cierta ocasión, fue invitado por el cura de Tajimaroa para participar en los oficios religiosos de la Semana Santa. Durante una conversación con algunos sacerdotes y seglares expuse, sin pensar en las consecuencias, algunas opiniones que escandalizaron a los oyentes, lo que le valió haber sido acusado de herejía ante el Tribunal de la Inquisición, el que le abrió proceso el 16 de julio de 1800.
En 1801, el proceso que seguía la Inquisición en su contra, continuaba su marcha. Turnados los autos en septiembre de ese año al Inquisidor Fiscal, éste calificó la acusación presentada contra Miguel, como la de mayor gravedad, aunque agregando que se carecía de pruebas y que además, por el informe del Comisario, se sabía que en aquel tiempo ya estaba reformado y haciendo una vida ejemplar, por lo que pidió que se suspendiese la causa hasta recabar más pruebas, y se archivase, previa anotación del nombre del reo en los registros respectivos. No obstante, un mes más tarde, fue denunciado nuevamente por los frailes carmelitas de la ciudad de Valladolid, acusado de leer libros prohibidos y de sustentar ideas peligrosas, aunque sin pruebas.
Un infausto día de septiembre de 1803, Miguel se levantó con la noticia de que su hermano mayor Joaquín, había fallecido. Puesto que él era el cura de Dolores, tomó esto como una oportunidad para librarse de la insidiosa observación de mis enemigos, por lo que pidió y le fue concedido, el curato de dicho pueblo, en sustitución de su hermano muerto.
En Dolores retomó su estilo de vida y de trabajo que había tenido anteriormente. De los terrenos que eran propiedad de la Iglesia, destinó uno para construir una casa en la que estableció varias actividades como la alfarería, la carpintería, un telar, una herrería, una curtidora y una talabartería. En la ribera del río construyó una noria para labores de riego y mandó sembrar moreras para la cría de gusanos de seda. Construyó también colmenares de abejas traídas de Cuba y sembró vides en las huertas de todo el pueblo. Por aquel entonces, Miguel ya rebasaba los cincuenta años, era un hombre mayor, de acuerdo con los estándares de la época. Sin embargo cabe decir que se encontraba vigoroso y saludable, aunque padecía de una calvicie prematura que le daba una apariencia de ancianidad.
Por ese entonces, la Nueva España comenzaba a agitarse ante la crisis social y política que conmovía a España, invadida por los ejércitos de Napoleón Bonaparte. En el año 1808, los licenciados Primo Verdad y Azcárate, síndico y regidor del Ayuntamiento de México, respectivamente, proclamaron qué ante la ausencia de los príncipes, ahora prisioneros en Francia, en México la soberanía había recaído en el pueblo, afirmación que los oidores e inquisidores, afirmaron herética y subversiva, por lo que los licenciados fueron reducidos a prisión donde más adelante murieron misteriosamente.
A fines de 1808, Hidalgo tuvo la oportunidad de conocer al teniente Ignacio Allende, al que lo ligaría después una estrecha amistad. Él lo había visitado en Dolores, acontecimiento que permitió a ambos darse cuenta de su afinidad en ideas y aspiraciones políticas. Se podría afirmar que Miguel Hidalgo inició en esos momentos sus actividades de conspirador revolucionario.
En España continuaba la lucha contra los invasores franceses, En mayo de 1810, para sustituir legalmente la autoridad del rey y el príncipe español, prisioneros de Napoleón, se estableció una Regencia, misma que decidía que la Real Audiencia sustituyera en el gobierno de la Nueva España, al virrey Lizana, quien había sido nombrado un año antes. Mientras tanto, en Querétaro se iniciaba una conspiración organizada por el Corregidor (algo así como el jefe de la policía) don Miguel Domínguez y su esposa doña Josefa Ortiz de Domínguez en la que también participaban los militares Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo.
Allende habló con el cura Hidalgo convenciéndolo para participar en la conspiración de Querétaro, ya que como cura de Dolores tenía amistad con personajes muy influyentes de todo el Bajío e incluso de la Nueva España, como Juan Antonio Riaño, Intendente de Guanajuato y Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán. Por esas razones, se consideró que podría ser un buen dirigente del movimiento y aceptó.
Al poco tiempo de aceptar el nombramiento como jefe de la insurrección que se preparaba, Hidalgo se presentó a la Junta de San Miguel el Grande, cuyos miembros habían aceptado por unanimidad su designación. Días más tarde compareció ante la Junta de Querétaro y posteriormente se dirigió a Valladolid para encargarse de algunos asuntos pendientes en la Mitra. De vuelta a Dolores, nos dimos a la tarea de fabricar armas, labor a la que se dedicaron muchos de los obreros que se unieron también a la revuelta.
Para enfatizar el espíritu religioso de este gran levantamiento popular, debe tenerse en cuenta que sus principales caudillos eran sacerdotes, curas humildes en contacto íntimo y directo con la miseria y el dolor del pueblo explotado. El alto clero, por el contrario, se aliaba al poder español, pero aquellos adoptaron una verdadera postura espiritual al colocarse del lado de los oprimidos. De ahí también el carácter religioso de la insurrección iniciada por don Miguel Hidalgo y Costilla.
El movimiento armado estaba planeado para el mes de octubre de ese mismo año de 1810, pero la labor de las juntas revolucionarias no pudo mantenerse en secreto mucho tiempo. Espías del gobierno español vigilaban con ahínco las actividades de los conspiradores e informaban de todo a los funcionarios españoles de la capital. La revelación no se hizo esperar, el 9 de septiembre de 1810 apareció la primera denuncia formal de la conspiración, en la que se acusó de manera frontal a Allende y Aldama. A los pocos días, el capitán Joaquín Arias, uno de los primeros conspiradores, cometió traición al denunciar a todos sus compañeros insurrectos.
En cuanto Hidalgo supo que había una orden de aprehensión contra Allende, lo mandó llamar urgentemente. El 14 de septiembre llegó a Dolores alrededor de las seis de la tarde acompañado de su asistente, Francisco Carrillo. Allí platicaron sobre las acciones a seguir, pero ante la poca información de la que disponíamos, no hicieron más que divagar pues todo era impreciso. Para la tarde del 15 de septiembre las cosas no habían mejorado mucho. Empezaron a perder la calma, por lo que Hidalgo se dirigió a la casa de don Nicolás Fernández del Rincón, en tanto que Allende, que había tenido la precaución de permanecer oculto, se mantuvo a la expectativa.
Cerca de las diez de la noche, el emisario de doña Josefa Ortiz de Domínguez, Ignacio Pérez, llegó a San Miguel el Grande y se dirigió a la casa de don José Domingo Allende donde le dicen que don Ignacio Allende se encontraba con Hidalgo en Dolores. Justo en ese momento Juan Aldama hizo su aparición y Pérez le dijo al instante que era un enviado de la corregidora y que tenía el encargó de avisar a Hidalgo y Allende de que la conjura había sido descubierta y varios de los conspiradores apresados, entre ellos don Epigmenio González, en cuya casa se encontró el depósito de armas reunido por los conjurados.
Pérez y Aldama salieron precipitadamente con rumbo a Dolores mientras los soldados españoles salían de Querétaro con la orden de apresar a todos los rebeldes. Al llegar a Dolores don Ignacio Pérez le repitió la terrible noticia a Hidalgo y éste exclamo con estentórea voz: “¡Caballeros, somos perdidos; aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines! (los historiadores no se han puesto de acuerdo en afirmar si fue Hidalgo el que profirió la anterior exclamación o fue el propio Ignacio Pérez al darle el mensaje de doña Josefa).
Pero ¡¡haiga sido como haiga sido!! Gracias a este aviso que, con riesgo de su vida le fue enviado por la corregidora doña Josefa Ortiz de Domínguez, Hidalgo decidió efectuar el movimiento en el acto, y, así, al amanecer del 16 de septiembre de 1810, los vecinos del pueblo de Dolores, alfareros, carpinteros, herreros y campesinos acudieron a su llamado para iniciar la lucha por la independencia. Por la tarde de ese mismo día, Hidalgo liberó a los presos de la cárcel, y convocó a sus feligreses reuniendo un total de 600 hombres. De inmediato marcharon hacia el cuartel, donde se le unieron la mayoría de los soldados, encabezados por el sargento mayor José Antonio Martínez, jefe de la guarnición.
Seguramente los fieles que habían acudido a misa al escuchar el tañido de las campanas, se sorprendieron con que su guía espiritual, el que días antes le hablaba piadosamente, de caridad y amor, había bajado de su púlpito y enardecido lanzaba frases incendiarias contra el gobierno. Los incitaba a la rebeldía y a luchar por sus derechos, que seguramente no les quedaban muy claros, dado que llevaban oprimidos toda su vida, Se había encendido la chispa que se convertiría el fuego que finalmente daría la libertad a la nación entera.
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