FORJADORES DE MÉXICO: VENUSTIANO CARRANZA GARZA (1a. de 3 partes)
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- 6 abr
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Rafael Urista de Hoyos / Cronista e Historiador
Al proclamar su rebelión, Venustiano Carranza era un hombre de elevada estatura y 53 años , de edad, de tupida barba blanca con destellos rojizos, adusto ---jamás sonreía--- y dueño de una tenacidad invencible que muchos calificaban de tozudes, o lo que es lo mismo “terco como una mula”. Trataba de imitar el imponente porte de Porfirio Díaz, y por lo regular era tachado de fatuo, arrogante y narcisista.
Había nacido el 29 de diciembre de 1859 en el pueblo coahuilense de Cuatro Ciénegas, hijo del coronel juarista don Jesús Carranza, un caudillo regional, y de doña María de Jesús Garza, ama de casa. La familia Carranza poseía varios terrenos en los que, curiosamente, se utilizaban camellos para atender problemas de abastecimiento y transporte. Don Jesús había obtenido las tierras en premio a su actuación como coronel juarista en la Guerra de Reforma y luego por haber organizado y equipado por cuente propia uno de los primeros núcleos de soldados coahuilenses que lucharon contra la intervención francesa.
El joven Venustiano hizo sus primeros estudios en su pueblo natal Cuatro Ciénegas. Luego cursó dos años de instrucción superior y dos de latinidad en el Ateneo Fuente de Saltillo. Como correspondía a un muchacho de la clase acomodada, pasó al Colegio de San Ildefonso en la ciudad de México. Pensaba estudiar medicina, pero desistió a causa de lo que sus biógrafos llaman “una afección de la vista”.
En México, según se dice, y recurriendo nuevamente a algunos de sus biógrafos, fue novio de una hermana del prócer cubano José Martí, cuya familia por entonces vivía en el Distrito Federal. Al regresar a Coahuila después de abandonar los estudios se hizo novio de la discreta señorita Virginia Salinas, con la que se casaría tiempo después. En 1887, cuando tenía 26 años de edad, resultó electo presidente municipal de Cuatro Ciénegas. Por ese tiempo gobernaba Coahuila José María Garza Galán, quien al decir de un opositor: se caracterizó por la arbitrariedad, el despotismo, la infamia y los escándalos estentóreos.
Varios políticos menores, entre ellos Venustiano Carranza, se rebelaron contra el gobernador. La revuelta fue local; lo primero que hicieron los rebeldes fue refrendar su lealtad a Porfirio Díaz y anunciar que acatarían sin discusiones el fallo del dictador en el conflicto, cualquiera que fuese. Garza Galán era protegido de don Manuel Romero Rubio suegro de Porfirio Díaz y figura prominente en el gabinete presidencial; éste venía mostrando a ultimas fechas demasiada independencia y excesivas ambiciones, por lo que Díaz encargó a su procónsul del noreste, el general Bernardo Reyes, la resolución del problema. Desde luego, Reyes opinó contra Romero Rubio y propuso la separación del gobernador. Durante el conflicto Carranza trabó amistad con Reyes, cuyo padrinazgo le sirvió para volver a la presidencia de Cuatro Ciénegas, de 1894 a 1998. Luego fue diputado local, diputado federal y senador de la República. En 1908 durante un par de meses desempeñó interinamente la gubernatura de Coahuila, por licencia que obtuvo el titular.
A lo largo de todos esos años Carranza se portó tan dócil como cualquier otro burócrata porfirista. Se distinguió en cambio por su moderada avidez. Sólo llegó a adquirir media docena de casas y a poseer, tanto por compra directa como por haberlos recibido en herencia él o su esposa, varios terrenos agrícolas que en conjunto sumaban menos de 10,000 hectáreas, una bicoca en la desértica Coahuila. Su vida hubiera sido más tranquila si un día del álgido 1909 no lo hubiese visitado en la ciudad de México una comisión de ciudadanos coahuilenses que le propusieron lanzar su candidatura a gobernador.
Por las mismas fechas Carranza había escrito al dictador una carta en la que informaba haber maniobrado para que retirase a Francisco I. Madero una representación que le confirió el sindicato de usuarios del agua del río Nazas, a fin de que defendiera sus intereses contra una medida adversa decretada por el gobierno de Díaz. Gracias a mi maniobra, puntualizó la carta, Madero ya no podrá: “aprovechar la supuesta representación para agregar un nuevo elemento a la campaña que contra el gobierno de usted tiene emprendida, y que se ha hecho pública por su libro “La Sucesión Presidencial”. Espero que esa labor será de la apreciable aprobación de usted, a la vez que servirá como prueba de mi invariable adhesión a la buena marcha de su gobierno, hoy criticado por persona (Madero) de ninguna significación política. Reitero a usted las seguridades de mi particular aprecio e incondicional adhesión.
Venustiano Carranza”.
En esa coyuntura el dictador aprobó sin reservas la candidatura del servil coahuilense (Carranza). Pero cuando se acercaban los comicios Díaz decidió acabar políticamente con el oportunista lambiscón y neutralizar a sus partidarios. Llamó a Carranza a la ciudad de México y le dijo (lo que prácticamente fue una orden) que aplazara sus aspiraciones de llegar a la gubernatura. De la entrevista Carranza salió sintiéndose despechado, airado, y sabedor de que su postergación iba a servir de incentivo para que sus enemigos políticos tomaran venganza. En su rencoroso pecho decidió viajar hasta el pueblo de Galeana, Nuevo León, donde se encontraba el general Bernardo Reyes, a fin de incitarlo para que encabezase una revuelta contra Porfirio Díaz.
El general Reyes rechazó las insinuaciones del judas coahuilense y se plegó a las órdenes del general Díaz quien, para librarse de un posible competidor, le ordena trasladarse a Europa en una dizque comisión oficial que lo mantendría alejado del país en un disimulado destierro. Carranza se quedó como un reyista más abandonado por el jefe y a merced de los “científicos”. La desazón lo empujó a refugiarse en el Partido Antirreeleccionista de Madero ---a quien odiaba profundamente--- y pedirle, fingiendo sumisión y amistad, que lo lanzara como candidato para gobernador de Coahuila, pero el 20 de noviembre de 1910, inicios de la Revolución convocada por Madero, en lugar de unirse a su “amigo” Madero prefirió, como buen senador porfirista, cruzar la frontera y llegar hasta San Antonio, Texas. Hombre formado bajo las reglas autoritarias y antidemocráticas del porfiriato e inspirado en un fatuo liberalismo, Venustiano Carranza esperó hasta el último momento antes de incorporarse a la lucha revolucionaria, mandando decir a Madero que estaba con él en su lucha contra el gobierno porfirista, pero que por razones de alta política no era conveniente que en México se supiera de su supuesta adhesión a la Revolución; o sea, esperar a que surgiese un triunfador para aliarse con él.
La Revolución se extendió hasta que en mayo de 1911 el Presidente Díaz renunció exiliándose en Europa y tácitamente dando el triunfo a Madero y entonces el oportunista Carranza llega a Ciudad Juárez ostentándose como un fiel maderista. Madero, ingenuo como siempre, creyendo en la fidelidad de Carranza le ofrece el puesto de ministro de Guerra en el gabinete del nuevo gobierno. Los rebeldes de la primera hora veían al recién llegado como espía reyista; él se consideraba un político de altos vuelos y en todo pretendía imponer sus opiniones. Al establecerse el nuevo gobierno con Madero Presidente, éste envía a Carranza a participar en las elecciones para gobernador de Coahuila, y aunque el hombre triunfó en las elecciones, como buen candidato oficialista, se sintió relegado porque no se le incorporó al gabinete presidencial que operaba desde la capital del país acentuándose su odio a Madero.
Durante el año 1912 Madero Y carranza sostuvieron un agrio intercambio de cartas sobre el destino de las fuerzas irregulares de Coahuila que sumaban unos 2,500 hombres y consumían alrededor de $250,000 pesos mensuales en su manutención. Como el gobierno coahuilense carecía de fondos para pagar dichas fuerzas, el federal le había proporcionado dinero durante un plazo razonable. Luego, sospechando que se pudiera hacer mal uso del aparato militar, el presidente puso al gobernador en la disyuntiva de incorporar esas milicias al ejército federal o pagarlas con fondos propios.
Carranza replicó que sólo él estaba capacitado para mandar a los irregulares coahuilenses, ya que éstos no eran soldados comunes y corrientes, sino revolucionarios armados que se alistaron por lealtad a él. Además, las milicias de Coahuila servían para proteger sobre todo al gobierno federal. El argumento era el mismo que había esgrimido en el siglo XIX el cacique ce Coahuila y Nuevo León, Santiago Vidaurri, antes de rebelarse contra Benito Juárez. Y el caso de las milicias de Coahuila era el mismo que el mencionado anteriormente ya que el plan de Carranza era rebelarse con un golpe de Estado contra Madero y su gobierno y apoderarse de ese modo del poder presidencial, pero el chacal Victoriano Huerta se le adelantó y fue él (Huerta) con su Decena Trágica el que tomó el poder presidencial.
El 18 de febrero de 1913 Victoriano Huerta telegrafió a los gobernadores de los Estados la noticia de que el presidente Francisco I. Madero, el vicepresidente José María Pino Suárez y la totalidad de los miembros del gabinete eran sus prisioneros. Como corolario añadió: “Autorizado por el Senado, he asumido el Poder Ejecutivo”.
Este mensaje se recibió en Saltillo, Coahuila, el mismo 18 de febrero. El gobernador lo leyó con inquietud y mientras sopesaba el problema, optó por ganar tiempo tomando una salida burocrática. Desde luego advirtió que el Senado carecía de facultades para autorizar a nadie hacerse cargo del Poder Ejecutivo, y que por consiguiente la situación de Huerta se apartaba de la legitimidad constitucional. Tal medida lo haría aparecer como legalista, pero no lo colocaba en oposición abierta al gobierno surgido del cuartelazo. Mientras tanto en México Huerta lograba obtener las renuncias de Madero y Pino Suárez y el Congreso las aprobaba abyectamente, para después nombrar Presidente Provisional al usurpador.
El día 22 de febrero de 1913 Carranza envió un telegrama dirigido al : “C. General Victoriano Huerta. Presidente de los Estados Unidos Mexicanos” en el que anunciaba el envío de dos representantes a la ciudad de México para que celebrasen pláticas de avenimiento. El hecho que le diera a Huerta título de Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, implica que lo reconocía como tal. Carranza sabía que le faltaba estatura política para encabezar una rebelión nacional en caso de que esta se iniciara. Por ello intentó ponerse a las órdenes del anciano general Jerónimo Treviño, comandante militar de la región de Monterrey y aunque en principio éste aceptó enfrentarse al usurpador, en último instante flaqueó y Carranza se encontró sólo.
Varios jóvenes coahuilenses ligados a las milicias estatales asediaban al gobernador pidiéndole que se declarara en rebelión. Carranza los contenía con el argumento de que era necesario esperar el momento oportuno. Según un periódico coahuilense, en aquellos días el gobernador era una veleta pues tan pronto como reconocía como desconocía al gobierno huertista. Carranza recorría Coahuila con entera libertad. El día 7 de marzo, en el rancho de anhelo, los irregulares del Estado obligaron a Carranza a librar el primer combate entre una columna militar de 1000 hombres y medio millar de carrancistas y los atacantes se retiraron con fuertes pérdidas hasta la carcana hacienda de Guadalupe. Para restablecer el entusiasmo entre sus hombres proclamó el plan revolucionario que lleva el nombre de la hacienda.
El Plan de Guadalupe se limita a desconocer a Huerta, a los poderes legislativo y judicial y a los gobernadores que se adhirieron al cuartelazo; propugna la vuelta al orden constitucional y otorga a Carranza el nombramiento de “Primer Jefe del Ejército Constitucionalista”, con la obligación de “asumir la presidencia provisional” y convocar a elecciones nacionales una vez pacificado el país. Por principios de cuentas, el plan violaba el orden constitucional vigente en 1913. Pues de acuerdo con la Constitución, el sucesor de Huerta tendría que ser el ministro de Relaciones Exteriores y no un presidente electo en comicios convocados por un “Primer Jefe” que no tiene lugar alguno en la carta fundamental. Firmaron el documento apenas un puñado de hombres cubiertos por el polvo que levantaron en su huida a través del desierto. El título de Primer Jefe del ejército constitucionalista que se adjudicó Carranza pudo haber pasado a engrosar la colección de extravagancias anecdóticas que abundan en la historia mexicana, tal y como sucede actualmente con las ocurrencias desequilibradas del demencial López Obrador.
Don Venustiano era literalmente el Primer jefe”. Su autodenominación ---avalada por otros revolucionarios menores--- mostraba su infinita soberbia, pero se apoyaba indudablemente en la razón de quien sabe ejercer el poder y hace respetar la autoridad. Hombre formado bajo las reglas autoritarias y antidemocráticas de porfiriato e inspirado en un liberalismo muy a la mexicana, Venustiano Carranza esperó hasta el último momento antes de incorporarse a la Revolución maderista de 1910 cuando ésta tácitamente había triunfado al obligar al dictador Porfirio Díaz, su gran ídolo, a renunciar y de esa manera aliarse al ganador; muy a la táctica carrancista que siempre lo caracterizó: primero Díaz, luego Reyes y finalmente al triunfador, su siempre personaje secretamente odiado: Francisco I. Madero, al que siempre le fingió lealtad y amistad. No hay que olvidar que cuando era gobernador de Coahuila gracias a Madero, siempre alentó el proyecto de rebelarse contra su gobierno, sólo que el chacal Victoriano Huerta se le adelantó.
Venustiano Carranza jamás fue codicioso de riquezas. Pero entre sus hombres corría la voz de que “el viejo no roba, pero deja robar”, y el resultado fue que se acuñara el verbo “carrancear” como sinónimo de robar, mientras que a los constitucionalistas se les llamaba “consusuñaslistas”. Así, bajo el carrancismo se robusteció la cultura del robo social. Más aún, los generales carrancistas tenían autoridad para disponer personalmente de los ingresos fiscales de sus territorios; estaban autorizados para imponer préstamos forzosos en nombre de la Revolución aunque el producto generado fuera a dar a los bolsillos del jefe ocasional; cobraban rescate por dejar en libertad a quien secuestraban, y podían “avanzarse” las propiedades del secuestrado, todo ello sin tener que rendir cuentas, por lo cual muchos de esos “jefes” se enriquecieron al cabo de unos cuantos meses de actividad.
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